Cs en los Medios

Albert Rivera, el hombre tras la crecida de Ciudadanos

04-03-2015 | ABC

El político al que las encuestas han catapultado a la primera línea tiene el carisma de un gran orador, la frescura que le otorgan sus 35 años y un 'proyecto para España'

 

El político al que las encuestas han catapultado a la primera línea tiene el carisma de un gran orador, la frescura que le otorgan sus 35 años y un «proyecto para España» que quiere ser el espejo en el que se miren los todavía indecisos.

No se esperaba el líder de Ciudadanos, Albert Rivera (Barcelona, 1979), por muy desenvuelto que se le vea en estas lides, que las encuestas le augurarían el éxito que hoy le reservan en política nacional. Situado por el CIS como cuarta fuerza política, ese «proyecto para España» —como él mismo prefiere que se defina a su partido— que nació en Cataluña pretende dar el salto a Madrid. Para quedarse. Y con una nada desdeñable ambición: «cambiarlo todo».

A medida que las encuestas de intención de voto se tiñen del amarillo de Ciudadanos también lo hace el número de cámaras que persiguen a su líder allá donde va. La expectación que despierta Albert Rivera se explica por la popularidad de su partido, una fuerza emergente hacia la que miran los que buscan nuevos colores en el Parlamento, pero también en el carisma que este joven líder político desprende y cómo se crece en las distancias cortas.

Su primer contacto con los micrófonos del Foro ABC ante numerosos políticos, «amigos», periodistas y autoridades invitadas, fue muestra de la soltura con la que el abogado se maneja: «Dar las gracias a ABC por invitarme a este Foro. ¡Y también se agradece que sea éste el primer almuerzo-coloquio en el que realmente se come!», bromeó nada más empezar. Rivera está cómodo y se recrea en sus explicaciones, conocedor del dulce momento que atraviesa su partido.

Es el político español mejor valorado por los ciudadanos. Lo es hoy, pese a que es diputado en el Parlamento catalán desde 2006. Se permite incluso un chascarrillo sobre su reciente éxito: «Es lo que le ocurría al del anuncio cuando abría un paquete de ‘Donetes’; que le aparecían amigos de la nada». Pero avisa: «Somos nuevos, pero no novatos. Aunque no vamos a pedir explicaciones de por qué no antes; daremos la bienvenida a todo el que quiera sumarse».

Un proyecto integrador es una de las claves del «producto» que vende, y muy bien, Rivera. Y muchas —muchísimas— referencias al buen hacer de nuestros vecinos europeos y los todopoderosos Estados Unidos de América. Cita en su blog a Lincoln, Luther King o Kennedy como referentes a los que admira. Y en la exposición que hizo de sus propuestas —a ratos didácticas, siempre defendidas con la pasión de quien se cree su propio discurso y sin el hartazgo de quien parece viciado a base de repetirlo— se refirió repetidas veces a Francia, Alemania o EE.UU.

Sus 35 años le dan la frescura que la política necesita, y en su discurso, ordenado y efectivo, no da puntada sin hilo. Es amable en las formas y no recurre a la agresividad ni parece que nada lo altere, pero no por ello el mensaje pierde fuerza. Nada de papeles, que el discurso lo trae aprendido de casa. «Uno no puede ser presidente ni de su escalera si no se atreve a debatir con quien haga falta y defender ante los ciudadanos su proyecto». Declaración de intenciones del de Ciudadanos, ganador de una liga de debates universitarios por toda España cuando era (más) joven.

Ciudadanos crece, y Rivera se crece. No teme a adversarios políticos: «Cada vez que Floriano dice 'Ciutadans' o Cospedal me tilda de catalán con desprecio, subimos en las encuestas», se jactó, e incluso se permitió un desafío: «No renegamos de los que somos. Que sigan atacándonos».

Y hablando de ascensos en apariencia meteóricos y de nuevas caras políticas, no faltó la alusión a Podemos. «Podemos, sí, hablemos claro», se corrigió a sí mismo en un momento en que caía en el ya lugar común de sus contrincantes políticos de referirse al partido de Pablo Iglesias sin citarlo. Frente a ellos se irguió como defensor de la Transición, que «puso de acuerdo a gente que se mataba a tiros». «Vamos a volver a levantarnos sin romper, reformando y sin gritar». Y parece estar cumpliendo su palabra de alejarse del griterío político.

También dedicó un par de dardos a Podemos, esta vez sin citarlos: «Para gobernar España hay que proponer, no solo protestar», «algunos creen que estar fuera del Parlamento es sólo protestar por lo que se hace dentro» o «a los que quieren volver a la peseta les diría que están obsoletos». Y se refirió a un «compañero de tertulia», dando como pista una reciente regulación complementaria con Hacienda (Juan Carlos Monedero, de Podemos), asegurando que en ese debate televisivo ya se marcaron las diferencias: «Querer un mercado de verdad con competitividad o la política intervencionista del Estado».

Tras un partido sin siglas y con un nombre integrador —porque «Ciudadanos» somos todos—, nacido para combatir el nacionalismo salvaje de su tierra natal, defendiendo la «justicia social» y la «economía de mercado» en su perfecto «equilibrio», defensor del bilingüismo en Cataluña y de las corridas de Toros, a quienes lo acusan de ambiguo les responde sin rodeos: «Pregunten lo que quieran. Eso es claridad», y es difícil no creer que realmente tendrá respuestas para todo.

Asegura en su blog que no le rechazaría a nadie un café, porque «todo el mundo tiene algo interesante». Esa idea de cuantos más mejor, y el hecho de que Ciudadanos ha integrado al Centro Democrático Liberal, lo llevó a ser impulsor de un pacto de UPyD, un partido aparentemente hermano en los postulados pero con un liderazgo representado por Rosa Díez que no ha querido ni oír hablar de ellos. «Soy insistente y persistente, pero no puedo chocar cuatro veces contra el mismo muro. La sociedad ya ha juzgado y conoce por qué no ha habido acuerdo», se jacta. Convendría preguntarle a Díez, con un partido desbordado por quienes repetidas veces le tendieron la mano, aquello de «si pudiera volver atrás…».

Y hablando de Rosa Díez, ¿conoce la gente a Ciudadanos como «el partido de Albert Rivera»? ¿Cuánto de personalista hay en su proyecto? «No hay riesgo de que este partido se convierta en unipersonal», advierte sin aparentes titubeos, aunque con una media sonrisa. «No hay proyecto que no tenga ideas, equipo y liderazgo. No reniego de mi condición de líder, pero antes no me conocía nadie. Tienen que entrar caras nuevas en la política y en Ciudadanos tenemos relevo».

Para seguir perfilando a esta «cara nueva» que irónicamente lleva casi la década en política, convendría destacar que sí hay alguien con quien no tomaría un café. Incluso no compartiría mesa: un político imputado. «No pactaremos con partidos que tengan imputados», repitió. «O hay cambios, o algunos se irán a la oposición, o nos iremos nosotros. Si los partidos que puedan gobernar están dispuestos a hacer una limpieza y a hacer reformas, podrán sentarse a hablar con nosotros. No estamos aquí para quedarnos en el escaño, sino porque desde el escaño se cambian las cosas». Llega el discurso del cambio.

«La diferencia está entre quienes queremos reformar el país y quienes no». Es la máxima que él mismo escoge en su blog para definirse. Pero el líder de Ciudadanos mira ahora a quienes, vestidos de morado, piden paso también en el Parlamento que Rivera quiere conquistar. Su empeño ahora es demostrar que la diferencia no sólo está entre quienes quieren reformar y los que no; está también en la forma en que se plantean esas reformas.

 

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