Notas de Prensa

Atajos intransitables

22-07-2014 | La Voz Libre

En España solo hay una nación, un modelo de nación que valga la pena defender: la nación de ciudadanos libres e iguales que propugna nuestra Constitución

En 2003 se produjo la conjunción astral que hizo posible la reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña, cuyo sainete sigue vigente pese a la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010. Un Estatuto de Autonomía, el de 2006, que pese al ajuste constitucional –por otra parte necesario– está en vigor, permite unas cotas de autogobierno envidiables en cualquier sistema democrático de corte federal que se precie, y tiene todavía mucho margen de desarrollo.

La supresión del recurso previo de inconstitucionalidad, promovida por los socialistas a mediados de los ochenta, permitió el dislate de que un tribunal superior, garante de los valores constitucionales, enmendara la plana a dos parlamentos democráticos y, lo que es más grave, al refrendo en las urnas de una parte de los ciudadanos catalanes. Refrendo no multitudinario, ya que la reforma estatutaria recibió el apoyo directo de poco más de un tercio del censo electoral. Pero refrendo que, en cualquier caso, se consideraba legítimo. Si el recurso previo hubiera estado vigente todo hubiese sido diferente.

En cualquier caso, lo que hizo el Tribunal Constitucional no fue más que corregir en parte algunas de las graves disfunciones que, respecto al marco constitucional español, contenía la norma estatutaria catalana. Los mismos responsables del desaguisado, los autores del intento de reforma constitucional por la puerta trasera de una reforma estatutaria autonómica, iniciaron de inmediato una cruzada propagandística que, lejos de reconocer su responsabilidad, les permitía cargar las culpas sobre un sujeto distante que nada tenía que ver con la pésima tarea legislativa impulsada por el tripartito de Maragall y por el relativismo de Rodríguez Zapatero.

Los separatistas catalanes, incluyendo en esa categoría a todo el espectro de izquierdas supuestamente internacionalistas, sacan continuamente a colación la “tropelía” cometida por el TC “contra el Estatuto de Cataluña”, para justificar su posición favorable a levantar fronteras internas con nuevos atajos. Hasta hace poco parecía que el PSC había recobrado parte del sentido común –del seny– que había perdido durante los mandatos de Maragall y Montilla. Pero este fin de semana ha quedado claro: todo era un espejismo.

El nuevo liderazgo del PSC proclama que Cataluña es una nación, por lo que se merece un trato diferencial y diferenciado. Vamos, federalismo sui géneris. Es decir, confederalismo de conveniencia. Tanto el nuevo primer secretario, como el recién nombrado presidente, nos han mostrado su credo nacionalista, defendiendo un concepto de nación caduco y trasnochado, frontalmente reñido con las ideas progresistas que se les suponen. Porque defender una nación de base cultural, lingüística, étnica, económica, o religiosa es más propio del siglo XIX que de la segunda década del XXI.

En España solo hay una nación, un modelo de nación que valga la pena defender: la nación de ciudadanos libres e iguales que propugna nuestra Constitución. La nación que emerge de un pueblo que se constituye en soberano, que decide otorgarse unos derechos e imponerse unas obligaciones sobre los valores superiores de la libertad, la igualdad, la justicia y la solidaridad, con plena garantía del pluralismo político.

Todo lo demás, en el Estado social y democrático de Derecho que es la España en que vivimos, no son más que atajos intransitables.

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