Notas de Prensa

Iñaki Ezkerra: 'El PNV y el candelabro'

29-10-2009 | La Razón

La infinita capacidad que ese partido tiene para traicionarse, para sacrificar sus más tradicionales causas y abrazar otras nuevas que van en contra de todos sus dogmas doctrinales es fascinante.

 

Confieso con humildad que el PNV sigue todavía sorprendiéndome después de los años. Confieso que me deja perplejo cuando de repente le veo apoyando el «nuevo aborto» de Zapatero o exigiendo que la Marina española «tome militarmente» los atuneros vascos, o sea haciendo suyo en las aguas del Índico el patriótico grito de «¡A mí la Legión!». La infinita capacidad que ese partido tiene para traicionarse, para sacrificar sus más tradicionales causas y abrazar otras nuevas que van en contra de todos sus dogmas doctrinales es –lo admito– fascinante y digna de un detenido estudio.

Resulta espectacularmente paradójico que ese partido que ha hecho de lo «identitario» una religión sea el que menos señas de identidad tiene de todo nuestro guiñol político, el que más dispuesto se encuentra a saltarse a la torera su propia identidad por puro pragmatismo. En eso el PNV es salvajemente moderno, o –mejor dicho– posmoderno, porque lleva la posmodernidad más brutal y bárbara, la ideología kleenex, el principio basura, la bandera fungible y postiza en su código genético. Semejante fenómeno es el que explica que Arana pensara en transformarlo en la Liga Vasco Españolista cuando estaba agonizando y temía la ilegalización. Hay católicos que han querido ver en esa idea arrepentimiento cuando lo que había es camaleonismo práctico, el mismo que hoy le lleva a conciliar el lema de «Dios y leyes viejas» con el discurso de Bibiana Aído.

La gran obsesión que hoy tiene el PNV –y por lo tanto también su única moral– no es soberanista sino mediática. Su preocupación es la de Sofía Mazagatos: cómo seguir en el «candelabro». Y la verdad es que lo está consiguiendo porque ya nos encargamos nosotros de magnificar sus ladridos sin reparar en que éstos son más bien la prueba de su impotencia («perro ladrador, poco mordedor») y un sucedáneo de aquellos inolvidables órdagos, aquellos ultimátums entrañables con los que nos ha amenizado la vida cotidiana a los vascos durante tres décadas y que hoy resultarían tan poco verosímiles como los gruñidos desafiantes de un caniche. Como el PNV no puede gruñir convincentemente desde las afueras de Ajuria Enea, ladra, salta y hace cabriolas para llamar la atención de los humanos y pillar alguna aceituna de la mesa del poder. Por esa razón apoya un día los Presupuestos de Zapatero y habla de responsabilidad institucional. Por eso al día siguiente sale de la mano de Batasuna en una manifa y al otro propone recortar cargos en el Gobierno de España después de haber dilapidado el dinero público inventándose embajadas y repartiendo aguinaldos entre las familias de ETA cuando estaba en el Gobierno de Euskadi.

Lo que el PNV busca es la polémica. Las reacciones apocalípticas que ha logrado inspirar con el uso de la palabra mágica «blindaje» para el Concierto Económico y para una simple equiparación legal de éste me han recordado al temor ridículo que despertó en los comienzos de los Lizarras la famosa Uldalbiltza. Como buen goebbelsiano que es, ese partido llegó a crear un clima de canguelo casi milenarista. Casi consiguieron que hubiera suicidios y arrepentimientos públicos de los pecados como si llegara el fin del mundo. Pero la temible Asamblea de Municipios se quedó en una pura operación mediática sin ninguna efectiva traducción legal. Esto no quiere decir que los candelabros no tengan su peligro. Como todo lo que arde.
 

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