Notas de Prensa

Iñaki Ezkerra: 'El síndrome de no hablar de ETA'

12-08-2009 | C's

Una cosa es la voluntad de que el 'cambio vasco' salga bien, y otra es callarse ante lo intolerable.

 
En España pasamos sin transición de la movilización a la apatía, de la manifestación diaria al 'síndrome de no hablar de ETA para no crispar', cuando precisamente la única manera de no caer en el exceso es la constancia en la lucha contra el terrorismo así como, por parte de la ciudadanía y de los medios de comunicación, la demanda serena pero a la vez sistemática del papel que deben jugar en esa lucha todas las instituciones del Estado democrático de Derecho. La crispación viene cuando no hay constancia, sino impulsos emocionales y cuando se observan esos impulsos en jueces y políticos de los que cabe esperarse otra cosa. Un triste ejemplo nos lo brindan las dos recientes y seguidas irrupciones de ETA en los días 29 y 30 de julio, la primera con la bomba en la casa cuartel de Burgos, la segunda con el asesinato de dos guardias civiles en Mallorca. En poco más de veinticuatro horas, y en el espacio que mediaba entre los dos atentados, ciertas personas a las que conozco pasaron de la frivolidad de la indolencia casi exculpatoria de ETA («¡qué bien que no ha habido muertos!») a la otra frivolidad de la inculpación desmedida («¡el responsable es el Gobierno!»). De repente, sí, ETA asesinaba a dos guardias civiles en Calviá y nos venía con lo de '¡Zapatero dimisión!' quien ayer juzgaba un empacho la insistencia en la ilegalización de Iniciativa Internacionalista para que no se pueda presentar a las municipales o quien, durante la misma víspera de ese doble asesinato, veía un éxito policial en el hecho de que ETA no hubiera logrado asesinar a nadie con esos explosivos que arrancaron la fachada de docenas de viviendas. Y es que a las cosas hay que darles la verdadera gravedad que tienen. Basta ver la incidencia emocional, el trastorno que supone en nuestras existencias una simple caída por unas escaleras, para que reparemos en las dimensiones reales, en el carácter dramático y traumático que debió de tener para docenas de heridos ese 'atentado sin muertos' del pasado día 29. A los inquilinos de la casa cuartel de Burgos la experiencia de esas explosiones no se les borrará en el resto de sus vidas.


Y en vísperas de ese atentado, el juez Pedraz decía que homenajear a los presos de ETA no es delito. Un juez no tiene por qué saber que al día siguiente de soltar una estupidez va a producirse un atentado, pero un juez tiene el deber de actuar en todo momento 'como si supiera que al día siguiente va a producirse un atentado'. Ésa es la clave de la constancia de la que hablo. Porque uno tampoco está nada seguro de que la decisión de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional de 'enmendar' a Pedraz no viniera condicionada por esas mismas bombas, ni de que dicha Sala habría respondido de la misma forma si éstas no hubieran estallado. Si resulta ineficaz una conciencia ciudadana que se mueve sólo a impulsos emocionales y a golpe de noticia luctuosa, semejante fenómeno es todavía más grave en el mundo judicial. Como lo es en un consejero socialista de Interior que ha permitido que las concentraciones y marchas de los familiares de los presos de ETA se sucedieran en todo el territorio de la Comunidad Autónoma Vasca durante los mismos días en los que ETA estaba atentando. Una imagen que no han difundido los medios, pero que es real y significativa del tiempo que vivimos, es la de un joven guardia civil llorando con un cetme en la mano delante de la Delegación del Gobierno en Bilbao mientras era insultado por la parentela de ETA el mismo jueves, 30 de julio, en el que habían caído dos compañeros suyos.


Una cosa es la voluntad de que el 'cambio vasco' salga bien, así como la de neutralizar a todos los enemigos que ciertamente tiene dentro de los dos grandes partidos que lo han propiciado, y otra es callarse ante lo intolerable. El lógico y legítimo miedo a que ese 'cambio' fracase no debe servir para dar por buenas las dejaciones que pueden ponerlo precisamente en riesgo. La obligación de los demócratas está en saber mantener ese difícil equilibrio entre el apoyo a los aciertos y la crítica a los errores. Vivimos un crucial y delicado momento político que exige tanta responsabilidad como el de la Transición española, en el que tan nefasto era encender los ánimos como callarse e ignorar lo que estaba pasando. Y es que en dicho momento confluyen, entrecruzadas, la esperanzadora situación vasca con la desmoralizante situación nacional que puede, además, incidir para mal en la primera: un PNV tentando a Zapatero con un amplio «compromiso por la estabilidad institucional y presupuestaria»; un PSOE en el que más de uno sueña despierto con ese compromiso; un PP que aún no ha resuelto sus batallas internas y unos pescadores mediáticos de río revuelto que mezclan el terrorismo con la crisis, el aborto, la pederastia y las células madre, las churras con las merinas, Roma con Santiago y lo que es del césar con lo que es de Dios para ver si Rajoy se lanza a una oposición estilo 'agitprop' que no se puede permitir en un tiempo de crisis porque pondría peor las cosas.


No es una brillante idea sacar a las víctimas hablando de economía ni haciendo campaña para las europeas ni anunciando relojes o tampax. Las víctimas son un agente político de primer orden que perdería su eficacia, su valor y su alma en el multiuso. No es una gran idea mezclar a las víctimas de la crisis con las del terrorismo para hacer oposición al Gobierno. En realidad tampoco fue una buena idea confundir, durante la pasada legislatura, la batalla ética contra la negociación entre el Gobierno y ETA con la batalla política y con el 'Zapatero, dimisión'. Es preciso hacer autocrítica después del caro precio pagado por culpa no de Zapatero sino de ese mismo error: una ciudadanía y una AVT que han pasado del paroxismo al limbo sin término medio. Al final, esa ofensiva electoral de 2008 tuvo el mismo escaso éxito que la de Aznar con los GAL en 1992 ante una sociedad entre desmoralizada y 'amoralizada' que ni en la denuncia de la guerra sucia ni en la denuncia de la sucia paz halla una motivación suficiente para cambiar el voto.


De la movilización a la apatía; del 'Zapatero, dimisión' al 'síndrome de no hablar de ETA'; del mutismo a ver negociaciones por todas partes... Parece que no es fácil el equilibrio. Como en aquellos días de la Transición y en otros aspectos, el partido del Gobierno está hoy teniendo verdaderos aciertos en la lucha antiterrorista aunque esté también cometiendo errores como el de no proponer al Congreso de los Diputados una moción que cierre suspicacias y aquella puerta a la negociación con ETA que abrió la moción del 17 de mayo de 2005, o como esas marchas y concentraciones de familiares de etarras que parece que no tienen que ver nada con la consejería de Rodolfo Ares.


Otro ejemplo. En Bilbao un edil del PP llamado Carlos García lleva un mes haciendo una verdadera y heroica batalla personal para que la viuda del policía nacional Eduardo Puelles no tenga que ver cómo representa a la Semana Grande Sonia Polo, la hermana y fan de un tipo que asesinó en el San Sebastián de 1993 al guardia civil Emilio Castillo y dejó inválido a otro compañero de éste. A Carlos García le han estigmatizado con carteles en su barrio de Santutxu y el alcalde Azkuna, lejos de solidarizarse con él, lo ha presentado ante los medios de comunicación como un problema a erradicar. Carlos García no va a pedir la dimisión de Zapatero, no cree en los ríos revueltos. No es un pescador sino un concejal que simplemente carece del famoso 'síndrome de no hablar de ETA' y que sabe que permitir eso es reconocer que los etarras que asesinaron el 30 de julio a los guardias civiles Diego Salvá Lezaun y Carlos Sáenz de Tejada en Calviá han hecho méritos para que sus hermanas representen a Bilbao dentro de quince años.
 

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