Notas de Prensa

Iñaki Ezkerra: 'La autoridad pública'

24-09-2009 | La Razón

Aquí los nacionalistas periféricos han hecho durante tres décadas un valor moral del desafío al Estado y las instituciones democráticas. Y ese desafío ha protagonizado constantemente la vida pública.

 

Doña Aguirre les quiere dar a los profes el estatus de autoridad pública que tienen los guardias de tráfico y la idea, aunque populista, no tiene nada de exagerada. En efecto, el colectivo docente se viene caracterizando desde hace años por el alto índice de bajas laborales y depresiones postvacacionales. Hay un buen número de enseñantes que no parece que regresan por estas fechas a las aulas sino a la guerra, y algunos ni regresan porque se van directamente al diván del psicoanalista. La causa de este mal, como de todos, hay que buscarla en la gente adulta, no en una supuesta perversidad intrínseca de las nuevas generaciones. Cualquiera sabe que una sociedad que prospera tiende a la relajación de costumbres y que los hijos de la riqueza son siempre más vagos, maleducados  y contestatarios que los de las posguerras y las estrecheces económicas. Sabiendo eso, que es una perogrullada, lo lógico es que los gobiernos se afanen en crear sistemas educativos que contrarresten la mala crianza de la abundancia, pero en España ha pasado lo contrario exactamente. Aquí los maduritos nos hemos vuelto niñatos. Incluso los que pasaron la posguerra (a la vejez viruelas) se portan como nuevos ricos de todo, del dinero y de la cultura y de las ideologías y de la libertad. Nos hemos puesto a gastar más que los críos y a despreciar todo lo que nos venía regalado. Los sindicatos libres, las autonomías, los nuevos estatutos, la democracia… son como esos juguetes que los niños malcriados abandonan en cuanto se los compran porque ya están pensando en pedir otra cosa diferente. Aquí son los mayores los que hacen un permanente discurso antisistema, los que abrazan consignas y ademanes y tics anarquistas en los que no creen pero que les sirven para sus momentáneos intereses políticos. Aquí, cuando no hace discurso antisistema y contra el Estado el propio Gobierno que dice querer traer un «Estado social» y un «sistema perfecto de prestaciones» (¿en qué quedamos?), lo hacen los nacionalistas, que en el fondo son más carcas que nadie porque apelan a privilegios no ya estatales sino estamentales y propios del Antiguo Régimen.

Aquí el problema no es que haya crisis de valores, sino que los valores que se exaltan, que se ponen como modélicos y que se inculcan a la gentecilla joven no son los buenos. Aquí los nacionalistas periféricos han hecho durante tres décadas un valor moral del desafío al Estado y a las instituciones democráticas. Y ese desafío, esa aberración elevada a virtud, no ha sido algo silenciado por los medios de comunicación o marginal al ritmo de la Nación, sino que ha protagonizado constantemente la vida pública española. Aquí las últimas generaciones no han visto más que a unos señores talluditos que decían que se pasaban por el arco del triunfo «lo que dijera el Gobierno central». Los hijos que hoy amenazan y maltratan a sus padres no son más que la traslación de ese modelo político a la vida cotidiana y privada. La propia sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut se ha convertido en el parto de los montes (o de los Montillas) y lleva tres años haciéndose de rogar como una metáfora de la voz de ese pobre padre acojonado que no se atreve a decir «no» a los chavales porque teme que le levanten la mano.

Doña Aguirre quiere que los profes tengan la autoridad de los guardias. Lo malo es que en España los guardias y la autoridad pública ya no tienen autoridad tampoco.
 

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