Notas de Prensa

Iñaki Ezkerra: 'Verde cenicienta'

20-08-2009 | La Razón

Se trata de una vieja y vergonzosa cuestión que surge y resurge a golpe de atentado de ETA: la precariedad de la Guardia Civil, su tradicional y proverbial y ancestral escasez de medios.

 

Se trata de una vieja y vergonzosa cuestión que surge y resurge a golpe de atentado de ETA: la precariedad de la Guardia Civil, su tradicional y proverbial y ancestral escasez de medios, la ofensiva desprotección de sus casas cuartel, el tercermundismo doloroso de sus viviendas, la «prehistoricidad» –cuando no la pura ausencia– de inhibidores de frecuencias y demás equipamientos básicos, las racanerías en sus sueldos y sus uniformes, el dinero que los propios guardias deben poner de su bolsillo para hacerse con «herramientas de trabajo» que son elementales, la extemporaneidad asombrosa de su parque móvil, la falta de unos garajes seguros que lo alberguen… Hace unos días ha sido Esther María García, la madre de uno de los guardias civiles asesinados en Calviá, la que lo ha dicho en una carta dirigida a un periódico y tiene razón. Tiene razón en protestar por «el dinero que el Gobierno da para el exterior». «Para el exterior y para el interior», habría que añadir. Para la cúpula de Barceló en Basilea y para las subvenciones al cine español y para pagarle un caro tratamiento hormonal de fertilidad a la etarra Beloki, a la que se le ha ocurrido ser madre después de tirarse cuarenta y siete años pegando tiros. 

Tiene razón Esther María García y hay que decirlo en voz alta para que se les caiga la cara de vergüenza a éste y a todos los Gobiernos que hemos tenido en España sin excepción. Porque no ha habido un Gobierno que reparara ese agravio que se vuelve sangrante cuando se establece la comparación con los modernísimos medios de los que dispone, por ejemplo, la Ertzaintza. La Benemérita es la Cenicienta de la democracia, la gran asignatura que España tiene pendiente consigo misma. Sé de qué hablo. Sé de las sórdidas misas bajo las cutres vigas del puente del Guggenheim en las festividades de la Inmaculada; de sus celebraciones en pabellones hospicianos y de sus dietas pobretonas y del veraneo chafado por una orden intempestiva de última hora. Sé de una dignidad que reside en la disciplina y el sacrificio, no en la arrogancia ni el orgullo. En Madrid hay fantasmones a los que nunca ha amenazado nadie que lucen escolta y automóvil oficial como un signo de distinción social para que los porteros se les cuadren, pero en Bilbao mientras se ocupó de mi protección la Guardia Civil (primero los Grupos Antiterroristas Rurales, luego la Comandancia de La Salve) nunca fui en coche oficial porque ese cuerpo tiene prohibido trasladar en sus vehículos a sus protegidos por más que sus nombres aparezcan en la lista de un comando. Pues bien, recuerdo el engorroso episodio de un taxi al que tuve que pedirle que se detuviera camino del aeropuerto porque el renqueante coche de mis escoltas no le podía seguir a esa velocidad. Recuerdo, sí, la cara de ironía del taxista y el comentario despectivo de nacionalista que hizo ante esa escena de película de Funes o tebeo de Mortadelo y Filemón. Recuerdo que esa sonrisa me hirió porque me sentí uno de ellos.

La dignidad y el orgullo, sí. La Guardia Civil sabe de esa diferencia porque muchas veces se ha comido el orgullo por la gran dignidad que posee. Verde Cenicienta y austera y adusta y sacrificada y parca y firme y digna y humilde...  No hago este artículo para darle jabón, sino para decir que está muy bien eso de gritar «¡viva la Guardia Civil!», pero hay que poner los medios para que «viva» efectivamente.

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