Notas de Prensa

La suerte de Don Tancredo

06-10-2014 | La Voz Libre

La hipótesis de la legitimidad democrática de preguntar sólo en Cataluña para romper unilateralmente el vigente marco constitucional ha ido ganando adeptos gracias a la propaganda

Desde la llegada de Artur Mas a la presidencia del gobierno de la Generalidad de Cataluña, hemos asistido a una sucesión de episodios concatenados que han desembocado, el pasado sábado 27 de septiembre, en la convocatoria unilateral de un referéndum de autodeterminación que pretende la secesión de Cataluña. Lo que empezó en diciembre de 2010 con la apuesta por un trato fiscal equiparable al vasco y navarro y con el aviso a navegantes que escondía la expresión “transición nacional”, se convirtió en pocos meses en una incierta y preocupante travesía a una mítica Ítaca, que acabó calando en parte del pasaje y sin que fuera objeto de discusión la más que probable impericia del que se postulaba para gobernar la nave en cuestiones náuticas de tamaño calado.

En los albores de la mítica travesía, la voluntad política del Partido Popular Catalán pasaba por prestar rendido apoyo, aunque fuera por la vía de la abstención, al gobierno en minoría del timonel en ciernes. Un apoyo que tenía el plácet de Madrid y que se mantuvo con la llegada de Mariano Rajoy a La Moncloa.

Tras el súbito golpe de timón de noviembre de 2012, que casi echa a pique la nave convergente, Mas y su gobierno han continuado la travesía utilizando la carta náutica elaborada por ERC y por los brazos políticos que han movilizando a una parte de los catalanes hacia un referéndum. Un objetivo, a modo de puerto de abrigo, que la impericia de la tripulación y del propio timonel ha convertido en imposible.

La hipótesis de la legitimidad democrática de preguntar sólo en Cataluña para romper unilateralmente el vigente marco constitucional ha ido ganando adeptos gracias a la propaganda y al empeño movilizador desde y por el poder de las instituciones autonómicas. Las continuas lecciones de democracia, lanzadas impunemente y sin pudor por quienes han obrado el milagro de partir en dos a la ciudadanía catalana, no han tenido el contrapunto del principal responsable político que debe asegurar el correcto funcionamiento del estado social y democrático de Derecho que es España. En el tiempo en que ha durado la travesía, mientras la nave persistía en su rumbo empecinado hacia el escoyo final, no ha habido el mínimo gesto desde La Moncloa para explicar, a todos los españoles, que en democracia es la ley democrática la que fija las reglas del juego. En democracia cualquier intento de violentar el imperio de la ley es profundamente antidemocrático. En democracia, lo democrático no es votar por la mera voluntad de mayorías (o minorías) cualificadas. En un estado democrático la democracia es la Ley.

Este silencio monclovita ha permitido que la nave toque fondo y quede embarrancada, causando enorme zozobra en el pasaje. La irresponsabilidad de la tripulación es enorme. Como lo es el hecho de que el responsable del faro lo haya mantenido apagado durante demasiado tiempo, sin explicar a los perplejos pasajeros que los cantos de sirena, lanzados desde el puente, nada tienen que ver con la realidad democrática de un estado miembro de la Unión Europea en pleno siglo XXI.

Este silencio continuado ha permitido que el separatismo haya calado en una parte significativa de los catalanes y que de la sensación de que campa a sus anchas, con aparente descontrol. Utilizando un símil taurino, de tan difícil aplicación hoy en día en Cataluña, el separatismo militante adopta la forma de un toro de lidia ante el que el inquilino de La Moncloa se mantiene impasible, con el rictus inamovible, sin mover apenas una ceja, con una parálisis muscular extrema, aparentemente inane. Madrid no está tan lejos. La Moncloa no es un refugio nuclear aislado de la realidad social y política española. O no debería serlo. Pero ante los bufidos y el escarbar la arena del separatismo catalán, en vez de ejercer el necesario liderazgo y de explicar en detalle las bondades de la democracia verdadera, no la de sainete que algunos quieren imponer en Cataluña, Mariano Rajoy ha jugado su suerte preferida. La suerte de Don Tancredo.

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