Notas de Prensa

¿Una calle para Samaranch?

31-01-2014 | 3devuit

El reconocimiento de la pluralidad social, la aceptación de la discrepancia, el espíritu crítico? todas estas cosas que cada día echamos más en falta

El Ayuntamiento de Barcelona, por medio de una carta firmada por Jordi Martí, concejal del Distrito Sants-Montjuïc, ha rechazado la propuesta de conceder el nombre de J. A. Samaranch a la actual "Avenida del Estadio", situada en la montaña de Montjuïc.

El único argumento alegado por el concejal ha sido que "no procederá a hacer un cambio de nombre que no merece actualmente el mínimo consenso", lo cual genera inevitablemente dos preguntas: ¿cuál es el mínimo consenso necesario para dar a alguien el nombre de una calle de Barcelona? ¿Y cómo se explica que la figura de Samaranch no sea capaz de suscitar ese mínimo consenso?

El consenso mínimo para bautizar una calle no lo sabe nadie. Pertenece al género de lo que los juristas conocemos como "concepto jurídico indeterminado", algo que se puede interpretar en función de cómo sople el viento. La cuestión relevante, por tanto, es la segunda: ¿por qué Samaranch no tiene consenso, ni siquiera en este grado "mínimo" que menciona el concejal.

Todos conocemos la trayectoria de Samaranch, desde sus cargos políticos en el franquismo hasta sus largos años como presidente del COI, así como el papel clave que jugó para que Barcelona fuera la sede de los Juegos del 92, probablemente la página más feliz y rentable -en casi todos los sentidos- vivida por la ciudad en muchas décadas. Al margen de la simpatía o antipatía que a cada uno le inspire el personaje, la pregunta vuelve a ser obvia: ¿qué barcelonés puede presentar una hoja de servicios a su ciudad mejor que la de Samaranch? Sólo se me ocurre un nombre que pueda competir con él, el de Pasqüal Maragall, y precisamente por su vinculación a la misma empresa de los Juegos que compartió con Samaranch. 

No me referiré a la ingratitud ni a la hipocresía que implica negar una calle de Barcelona a una de las persones que más lo merecerían. No lo haré, porque Samaranch no es más que la fachada del verdadero problema de fondo, que no es otro que la tan antigua como recurrente incapacidad del nacionalismo catalán para aceptar la pluralidad del país que tanto dice amar, esa forma tan curiosa de entender Cataluña que lleva a negar el pan y la sal a todos los catalanes que, pese a su excelencia, no comparten -o no lo hacen en grado suficiente- la doctrina nacionalista. Para el nacionalismo, que constantemente hace bandera de la inclusión social y proclama su carácter integrador, hay catalanes de primera, de segunda y de tercera.

Estos mismos días se han cumplido veinticinco años de la muerte de Salvador Dalí, otro catalán universal que, pese a figurar en lugar preeminente en la Historia del Arte del siglo XX, tampoco ha conseguido el "mínimo consenso" para tener un calle en la mayoría de los pueblos y ciudades de Cataluña, incluida Barcelona. Se ve que tampoco era suficientemente catalán.

La relación de catalanes eminentes que el nacionalismo se empeña en menospreciar sería interminable. Entre los más destacados se incluyen personas de la talla de Josep Pla, Josep Pijoan, Eugeni d'Ors, Agustí Calvet, Francesc Cambó o Joan Estelrich. Y, por supuesto, todos aquellos escritores que cometieron el delito de redactar su obra en castellano.

El reconocimiento de la pluralidad social, la aceptación de la discrepancia, el espíritu crítico… todas estas cosas que cada día echamos más en falta.

 

Volver