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El enigma Arrimadas

18-03-2018 | El País Semanal

¿Quién es la jerezana que ha derrotado en las urnas al nacionalismo catalán? Crónica tras las huellas de Inés Arrimadas, jefa de oposición en el Parlament y portavoz nacional de Ciudadanos.

Hacia las diez de la mañana de cada lunes, entre el río de viajeros que escupe el túnel de llegadas a la madrileña estación de trenes de Atocha, una mujer menuda de 36 años avanza ojerosa, con cara de sueño y paso ligero hacia la cola de taxis. Viene de Barcelona junto a las dos personas que más tiempo pasan con ella: un escolta policial y Clara de Melo, jefa de prensa e implacable regidora de su agenda. Los tres suben a un coche que sale zumbando hacia la calle de Alcalá a la altura de la plaza de toros de Las Ventas, en cuyas inmediaciones tiene su sede nacional el partido político Ciudadanos. Seguida por Clara de Melo y su escolta, Inés Arrimadas entra a este edificio de cinco plantas con tonalidades naranjas, color oficial de la formación. Llega con el tiempo justo de subir a la entreplanta donde se celebra la ejecutiva nacional para fijar la estrategia de la semana. Entre los asuntos por analizar, la pelea a cara de perro con el Partido Popular (PP), que gobierna la nación gracias a un acuerdo de investidura con Ciudadanos. El pacto se desdibuja tras la publicación de recientes sondeos que sitúan a la marca naranja como la mejor colocada en intención de voto para unas elecciones generales. Pero, como ocurre desde hace meses, el tema estrella de la reunión del día sigue siendo Cataluña.

Arrimadas es la portavoz nacional de Ciudadanos y su líder en Cataluña, donde cosechó un histórico resultado vencedor de 1.109.732 votos en las pasadas elecciones autonómicas del 21 de diciembre (21-D). Ambos cargos forman parte de una estrategia milimétrica en busca de esa victoria, ensombrecida por la escasez de apoyos de otros grupos para ser presidenta de la Generalitat. “Seguro que podríamos haber hecho más y mejor”, dice Arrimadas con su voz ronca y firme. “Me equivoco todos los días y soy muy exigente y autocrítica. Pero ganar en votos y escaños al nacionalismo es único, impagable y muy útil. Aunque yo no tenga un Gobierno a corto plazo, se han puesto las bases para poderlo tener. Y para demostrar que Cataluña no es mayoritariamente independentista. No podemos gobernar por una ley electoral injusta. También porque el bipartidismo del Partido Socialista y el PP, que se han beneficiado durante años de esa ley, ha caído en su electorado catalán y, por tanto, no sumamos apoyos suficientes entre los constitucionalistas”.

El despacho de Arrimadas en la cuarta planta de la sede nacional de Ciudadanos está a la derecha del que ocupa su padre político: el número uno de la formación y candidato a la presidencia del Gobierno de España, Albert Rivera. Este jurista barcelonés de 38 años curtido en La Caixa, carilampiño y de verbo ágil, dirige los designios del partido desde su fundación en 2006. Aquella apuesta nacida en Cataluña como revulsivo contra los postulados nacionalistas llegó a tener apenas tres diputados durante sus primeros años en el Parlament. Hoy cuenta con más de 23.000 afiliados a una causa que desde su cuarta asamblea nacional, celebrada hace un año, ha eliminado la socialdemocracia de su ideario para centrarlo en el “liberalismo progresista”.

Rivera cedió a Arrimadas su liderazgo en Cataluña hace tres años, cuando dio el salto a la arena nacional. El presidente del partido reconoce hoy que el éxito en los comicios del 21-D ha impulsado su intención de voto en España. “Esas elecciones no eran autonómicas, sino nacionales”, dice Rivera. “El debate era si se iba a romper España con una declaración unilateral de independencia que también dejaría a los catalanes fuera de Europa. Nombrar a Inés portavoz nacional hace un año posicionó a nuestra candidata a las elecciones catalanas en un debate estatal. Hemos roto el mito de que no se puede tener un proyecto para España y ganar en Cataluña”.

—Con usted allí, Ciudadanos logró tres y nueve escaños en sendas legislaturas. Con Arrimadas al frente, 25 y ahora 36. ¿Qué tiene ella que no tuviera usted?

Ella es más consistente en el trabajo, la continuidad y el tesón. Yo soy a lo mejor más estratégico. O más de pensar en el siguiente paso.

—¿Inés Arrimadas es un satélite de Albert Rivera?

No. Ella tiene órbita propia. Es una compañera, una amiga y una persona en la que confío muchísimo. Han intentado enemistarnos, pero somos amigos y compañeros. Hablamos casi a diario. Y coordinamos las políticas.

Arrimadas siempre arranca la semana en Madrid, pero su vida está en Barcelona. Las dependencias del Parlament de Cataluña albergan su verdadero despacho. Aquí suele llegar a media mañana de cada martes a bordo del Kia blanco que el partido puso a su disposición y que conduce su chófer, Joan, junto a uno de sus escoltas como copiloto. Al bajar del vehículo y enfilar la puerta principal, donde un mosso d’esquadra hace el saludo militar a su paso, el más avispado de un grupo de colegiales grita: “¡Hostia, la Inés!”. Y ella les pregunta si han venido de visita en su catalán de nivel C, el requerido aquí para acceder a una plaza de funcionario, que estudió cuando llegó desde su Jerez natal hace un decenio. Primera cita oficial del día con el embajador de Alemania en España. “Ante la dimensión internacional del conflicto secesionista, muchas personalidades vienen a pedir mi punto de vista”.

El Parlament de Cataluña, epicentro de los episodios políticos más turbulentos de los últimos tiempos, ocupa un palacio real que antes fue arsenal y cuya remodelación se inspiró en la Ópera de París. Enclavado en el parque de la Ciutadella, está a un corto paseo del mar. Frente a su fachada hay varias hileras de plataneros podados sobre los que revolotean cotorras argentinas que graznan salvajemente, interpretando un diálogo de sordos muy parecido a las sesiones recientes del Parlament. Algún ujier comenta que el enfrentamiento prosigue entre bambalinas, con diputados que ni devuelven el saludo cuando se cruzan por los pasillos. El pequeño hemiciclo está iluminado por tres arañas majestuosas y potentes focos que resaltan el color burdeos del tapizado de los 128 escaños con brazos de madera noble, oscura y añeja que junto con los siete sillones de la mesa presidencial integran esta cámara autonómica.

Las sesiones del Parlament han permanecido en suspenso entre el 17 de enero y el pasado 1 de marzo. Su reapertura tuvo lugar un mes y medio después del pleno que eligió presidente de la institución a Roger Torrent, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). El 1 de marzo, la mayoría independentista, que aglutina a Junts per Catalunya, ERC y la CUP, aprobó una resolución que reivindica el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. Arrimadas les plantó cara aquel día una vez más. En español, como hace Ciudadanos en esta Cámara. “Ustedes no tienen proyecto para Cataluña, ni hoja de ruta, ni nada de nada. Aquí no se celebra una comisión de Sanidad desde el mes de julio del año pasado. Lo único que han conseguido es dividirnos y que se vayan de aquí 3.000 empresas. No solo obvian a la mayoría de catalanes que no les han votado. También están mintiendo a sus votantes. Ustedes lo único que quieren es alargar el procés. El lío del procés se ha convertido en su modus vivendi”. Aquel debate también retiró el apoyo a la declaración unilateral de independencia (DUI) aprobada en este mismo organismo el pasado 27 de octubre.

Casi tres meses después de las elecciones del 21-D que ganó Arrimadas, Cataluña permanece en un limbo excepcional. Sin Gobierno autónomo. Bajo la dirección del presidente, Mariano Rajoy, por la aplicación del artículo 155 de la Constitución española, activado por el Ejecutivo central desde la DUI. Junto con otros exconsejeros de su anterior Gobierno, el expresident Carles Puigdemont lleva cuatro meses en Bélgica huido de la justicia. Ha vivido en Bruselas y ahora en Waterloo. Desde allí anunció a principios de este mes su renuncia “provisional” a presidir la Generalitat, además de proponer a Jordi Sànchez, el encarcelado expresidente de la Asamblea Nacional Catalana y número dos de su lista, Junts per Catalunya, como candidato a sucederle. Arrimadas ha acusado al independentismo de buscar con esta maniobra “alargar el follón”. Y aunque desde diversos sectores le han pedido que dé un paso al frente tras las elecciones del 21-D, ella sigue sin tener previsto presentar candidatura a presidir la Generalitat ante una mayoría secesionista. “Eso les beneficiaría a ellos: el independentismo, roto y desorientado, se volvería a unir con el no a un aspirante constitucionalista. Sabemos que no podemos sumar”.

Desde que el secesionismo llegó a los tribunales, destacados dirigentes soberanistas han dicho en sede judicial que la DUI fue “simbólica”. Entre ellos, el expresident Artur Mas, que convocó el pseudorreferéndum del 9 de noviembre de 2014 y la resolución parlamentaria del 9 de noviembre de 2015 tras las elecciones del 27 de septiembre de aquel año, impulsadas en clave plebiscitaria. Para Arrimadas, “las declaraciones de Mas diciendo que todo era mentira han sido demoledoras”. Y añade: “Estamos empujando al independentismo hacia el realismo”.

Aquella resolución del 9-N de 2015 incluyó la “hoja de ruta” que proclamaba “el inicio del proceso de creación de un Estado catalán en forma de república”. Hoy, aquel desafío pierde fuelle. El pasado octubre, los partidarios de la secesión superaban el 48% y ahora representan el 40% de la población. La reciente encuesta elaborada por el Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat alumbra que el sistema autonómico actual obtiene más apoyos que la independencia o una alternativa federal. Por el momento, es el fruto de la “hoja de ruta” del procés.

El pequeño despacho de Arrimadas en el Parlament conecta con la estancia de su jefa de gabinete y de su jefa de prensa, donde a su vez hay una puerta de entrada al refugio de Carlos Carrizosa, abogado de 53 años y número dos del partido en Cataluña. Antes de una conferencia de prensa, el despacho de Carrizosa se convierte en una suerte de camarote de los hermanos Marx, donde entran y salen asesores que traducen en términos políticos la letra de la ley mientras los jóvenes integrantes del equipo de prensa y redes sociales torpedean sus teléfonos móviles dispuestos a viralizar consignas. Durante el receso para almorzar, Arrimadas suele encerrarse en uno de los comedores de la cantina del Parlament con su núcleo duro de diputados, entre los que se encuentran Carlos Carrizosa, Fernando de Páramo y José María Espejo. “Ella ha sido decisiva en nuestro reciente éxito electoral”, dice Carrizosa. “Ha conectado con el electorado de todas las edades y clases sociales. Hemos recibido votos del entorno de la izquierda, del centro-derecha… Su oferta inteligente y valiente, unida a ser la única mujer candidata a la Generalitat, ha sido decisiva”.

Carrizosa, Páramo y Espejo son pilares que Albert Rivera dejó en Cataluña cuando se marchó a Madrid para luchar por la presidencia del Gobierno. Su misión ha sido catapultar la figura de Arrimadas. Juntos han gestionado el millón y medio de euros de presupuesto para la campaña del 21-D, que ha tenido como cerebro a José Manuel Villegas, secretario general de Ciudadanos. “Nos centramos en llevar la papeleta a las casas mediante mailing”, dice Villegas. “En las circunstancias en las que se celebraron las elecciones era importante que quien quisiera pudiera salir a la calle con la papeleta en el sobre. Inés necesitó pocas consignas. Como jefa de la oposición, venía dando la cara desde hace años por los que estamos contra el secesionismo. Ha demostrado su tenacidad y su raza, así como la naturalidad y la empatía al defender sus ideas. También es extremadamente perfeccionista, y eso a veces se puede convertir en un hándicap. Sufre mucho con lo que no le sale a la perfección”.

Arrimadas odia posar para un retrato. “Nunca sé dónde poner los brazos”. Sus ojos marrones y grandes como luceros dominan su pequeño rostro junto a una sonrisa de anuncio de clínica dental. El cabello moreno, esculpido con raya a la derecha, remata el semblante. Tiene una pequeña cicatriz en el lado izquierdo de la nariz, casi imperceptible bajo una densa capa de maquillaje que también matiza algún lunar bajo la barbilla derecha. Su deje andaluz aflora cuando se relaja hablando en español.

—¿No se cansa de parecer siempre tan perfecta?

Creo que esa presión por intentar hacerlo todo bien la veo en muchas otras mujeres. Es la sensación de que los errores se pagan más. Eso de hablar en público… Ni los micrófonos ni la tele me habían gustado antes de dedicarme a esto. Y no es la parte que más me atrae de lo que hago. Sigo teniendo timidez. Todavía tengo que adaptarme al hecho de que me reconozcan por la calle.

Nadie en su entorno imaginó nunca que llegaría hasta aquí. Para los suyos, ella sigue siendo Pitu. La pitufa de los cinco hijos de Rufino Arrimadas e Inés García, que hoy tienen 81 y 74 años, respectivamente. Sus padres son originarios de Salmoral, un pueblo de 150 habitantes en la provincia de Salamanca. El matrimonio se instaló en Barcelona en los años sesenta, donde el padre trabajó de policía tras aprobar unas oposiciones y también empezó a ejercer como abogado. Allí nació el primer hijo de la familia, que pronto se trasladó a vivir a Jerez. En esta localidad gaditana, Rufino fue concejal por la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez en el primer Ayuntamiento de la democracia.

A principios de los ochenta, cuando nació Pitu, la familia se mudó a un bloque de viviendas de protección oficial. Una casa donde se comían muchos huevos fritos con patatas, albóndigas y platos de cuchara. Los viernes por la noche, la familia siempre se reunía para ver por la tele el 1, 2, 3. Pitu compartía una de las tres habitaciones de la vivienda con su hermana Marina. “Sin llegar a ser empollona, Inés fue la mejor estudiante de todos los hermanos”, recuerda Marina, aparejadora, que hoy vive en La Línea de la Concepción (Cádiz). “Desde pequeña, construía frases que nos sorprendían a todos. Y aprendió a negociar en la familia. No hemos pasado penurias, pero la nuestra siempre ha sido una casa normal”.

Pitu estudió en el colegio del Pilar, un centro concertado de los marianistas. Allí destacó como una alumna aficionada al teatro, futbolera y fan de Guardiola. “Su independentismo no me ha borrado su recuerdo como futbolista del Barça y de la selección española”, dice Arrimadas. En clase, llevaba “gafas de culo de botella” para corregir la hipermetropía. Su profesor de lengua y literatura durante la enseñanza media fue Juan Luis Escalante. Hoy tiene 52 años y sigue dando clases en el colegio del Pilar. “Todavía la recuerdo ruborizándose cuando exponía sus argumentos. Aquella candidez contrasta con lo que hoy muestra en público. Nunca fue ni portavoz ni delegada de la clase. No deslumbraba. Ni se vislumbraba la valentía que ha demostrado como mujer. Era tímida, cabezota, sensible y perseverante”.

El cúmulo de casualidades que la llevaron a la política empezó al elegir la carrera universitaria. “Si hubiera apostado por mi pasión, la arqueología, hoy no estaría aquí”. Estudió la doble licenciatura de Derecho y Administración y Dirección de Empresas en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Algunas personas que compartieron esa etapa la recuerdan “recatada, con cara y verbo de no haber roto un plato en su vida”. Tras cursar una beca Erasmus en Niza y licenciarse a los 24 años, tuvo un primer empleo en el sector petroquímico previo a su ingreso en la sede jerezana de la consultora Daleph. El director general de esta compañía, Gregori Cascante, sintetiza que, durante sus seis años en la empresa, Arrimadas “demostró una gran capacidad de trabajo, de aprendizaje y de rigor profesional”. Pidió el traslado a las oficinas centrales de Daleph en Barcelona por amor. “Pero ya te digo yo que si el amor hubiera estado en otra parte, seguramente no me habría ido. Mis padres me llevaban a Barcelona desde pequeña. Siempre me ha encantado”.

Aquella relación terminó, pero ella se quedó en la ciudad condal. Un sábado de octubre de 2010, Anna Vidal, una compañera de trabajo que ahora vive en Nueva York, le propuso asistir a un mitin de Albert Rivera. Vidal era entonces simpatizante de Ciudadanos y reconoce que hacía cierto proselitismo en unos años en los que al partido no le sobraban apoyos. “Pensé que a Inés podría interesarle venir. Se le veía por entonces una tía segura de sí misma, con buena imagen y capacidad para expresarse”. En la oficina no llegó a manifestar dote alguna relacionada con el liderazgo.

En aquel primer mitin al que acudió con Anna Vidal también estuvo Francesc de Carreras, catedrático emérito de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Barcelona y uno de los fundadores de Ciudadanos. “Inés gusta hoy mucho en Cataluña, pero es que en Madrid mucho más”, dice De Carreras. “Es calmada y rigurosa. Y está muy bien educada, cosa que no ocurre con todos los políticos”. De Carreras es uno de los firmantes del manifiesto de intelectuales que en 2005 abogaron por la necesidad de crear un partido para operar en el contexto catalán aglutinando a los “no nacionalistas, liberales, progresistas y socialdemócratas”. Tras un periodo como asociación, la formación política Ciudadanos nació en 2006 bajo esas premisas. La socialdemocracia quedó atrás hace un año. “Yo fui de los que dijeron a Albert Rivera que era mejor dejarla”, recuerda De Carreras.

Durante la travesía del desierto de los primeros años, Rivera ligó su destino en las elecciones europeas de 2009 con la coalición Libertas, asociada a un magnate irlandés con un ideario euroescéptico y ultraconservador. Fue un desastre sin paliativos. Años después, el cliché de ser el candidato que defiende a los ricos y a las compañías del Ibex 35 persigue a Ciudadanos. “La mitología no hay que desmentirla porque te da más importancia de la que tienes”, dice Rivera. “Hemos vivido fracasos como el pacto con Libertas, pero hemos sabido recuperarnos. Y no reniego de la economía de mercado, ni de Europa, ni del euro. Si el populismo nos sitúa como defensor de esas premisas no me parece mal”.

Albert Rivera conoció a Arrimadas en unas jornadas de formación de su partido en Salou. A principios de 2011, él era un diputado en ascenso y ella se aproximaba cada vez más a su órbita. “Joder, esta tía tiene madera”, dice Rivera que pensó al verla hablar. El líder le endosó la secretaría de juventud sin estar aún afiliada. “Después le propuse que se presentara a las primarias para las listas de las autonómicas de 2012. Lo bueno de Inés es que ella nunca ha sido alguien que pida cargos. Y eso, en general, lo valoro mucho”. Durante una reunión familiar en Jerez, ella anunció que iba a solicitar una excedencia en la consultora para concurrir como número cuatro por Barcelona. Nunca había estado afiliada a nada. “Dijeron que estaba loca, con el lío que había en Cataluña”.

Tras aquella decisión, perdió a su grupo de amigos en Barcelona. “Eran muy independentistas. Pasé de ser el prototipo de andaluz que viene y habla superbién catalán para convertirme en lo peor por ir a unas elecciones con Ciudadanos”, dice Arrimadas. Encontró apoyos en su grupo parlamentario. Entre ellos, el de Jordi Cañas, ex número dos del partido y portavoz entre 2008 y 2014. Cañas dimitió de sus cargos ante su procesamiento por un delito de fraude fiscal del que ha sido absuelto el pasado 7 de febrero. Hoy tiene 48 años y ejerce como asesor de Javier Nart por Ciudadanos en el Parlamento Europeo. “Ciudadanos estuvo al borde de la desaparición”, dice Cañas. “Con tres diputados, en noviembre de 2009 teníamos un 0,3% de intención de voto en Cataluña. Se hizo una campaña con menos de 200.000 euros, dejando un remanente para cerrar el partido en 2010. Llegué a dar ruedas de prensa sin periodistas. La llegada de Inés coincidió con la intensificación del nacionalismo. Todo empezó a cambiar. De ella recuerdo en sus inicios lo meticulosa que era. A veces tenía que decirle antes de salir a hablar: ‘Simplifica, no pongas tantos datos’. Su inseguridad hace que sea mejor cada día”.

Su verdadera ambición, asegura ella, es tener una familia y un trabajo que le guste. “Cuando me metí en Ciudadanos, con tres diputados y el nacionalismo en contra, es porque esto me lo creo hasta las trancas. Lo que pasa en Cataluña afecta a España y viceversa, pero mi responsabilidad concreta está en Cataluña”. Ya sucedió a Rivera en el Parlament y su figura se ha catapultado. “Si será mi sucesora o no lo decidirán los militantes”, dice Rivera. “Inés está preparada para todo. Y no tiene techo”. Un antiguo integrante del partido con cargos de responsabilidad vislumbra a Arrimadas ante una duda hamletiana: “Ser o no ser. Ella es una mujer tradicional y no sé si esta es la vida que quería tener. A Albert le gusta su vida. No sé si cuando tenga hijos, Inés querrá ir a jugar al parque vigilada por un escolta. Tampoco sé si ella quiere ser presidenta de Cataluña con todo lo que eso supone. Él sí quiere ser presidente del Gobierno. Políticamente, Albert le da cien vueltas. Lee la jugada. Quizá a un nivel superficial, pero se anticipa. Por eso es un líder contemporáneo. La diferencia con Macron, al que quiere parecerse, es que el presidente francés lee a Céline y a Camus. Albert es el líder incontestable, pero tendrá fecha de caducidad. La mejor preparada para sucederle será Inés. La liviandad que les caracteriza a ambos, en lugar de ser un punto débil, es el principal valor. La política se parece hoy más a un programa de televisión como Hombres, mujeres y viceversa que a otros de la Transición como La clave, cuando se requerían liderazgos sólidos”.

Admiradora de Adolfo Suárez y del legado de la transición española, Arrimadas se define ideológicamente como “europeísta, de centro y liberal-progresista: liberal en lo económico y progresista en lo social”. Años atrás, votó a veces en blanco, a grupos que ya no existen… “Y a viejas siglas del bipartidismo”. Aunque se considera “feminista”, no apoyó la huelga del pasado 8 de marzo. “Prefiero defender medidas concretas y realistas en el Congreso para aumentar los permisos de paternidad”. Casada por lo civil desde el verano de 2016, le habría gustado tener hijos hace tiempo. “Pero con la vida que llevamos… He mantenido un ritmo brutal durante años. Noto el peso de los votos. Y de la responsabilidad”.

Vive con su marido, Xavier Cima, en un piso del barrio de Les Corts. Ex diputado nacionalista de la extinta Convergència al que conoció en el Parlament, Cima se recicló en el sector privado. “No discutimos mucho de política en casa. Más que independentista, él era de la Convergència de antes. Aunque prefiero dejarle al margen de mi vida pública. Simplemente es un buen tío y su familia es la mía aquí”. Algunos vecinos de su distrito de clase media-alta dicen haberse cruzado con ella en el breve camino de la puerta de su casa hasta el coche que la lleva a las incontables citas de su agenda. Fines de semana incluidos, en los que algún domingo logra escaparse un par de horas al gym o practicar running. Su vida parece suspendida en una campaña eterna. El mismo ritmo que el partido impone desde Madrid para conquistar el poder.

Esa batalla no está exenta de amenazas de muerte. Las ha recibido por diferentes vías. Prefiere no enseñar su casa por motivos de seguridad. Resignada a vivir con escolta policial y a resistir estoicamente los ataques, ha salido en varias ocasiones del Parlament entre gritos de “fascista” y “vuélvete a Jerez” proferidos por los defensores del secesionismo. Ha sido declarada persona non grata en varios Ayuntamientos catalanes. Capea como puede la animadversión de la televisión pública autonómica TV3. Una mujer llegó a desearle a través de Facebook que la violaran en grupo, asunto que denunció ante la justicia. Cuando se precipitan sucesos de este tipo, suele avisar a sus hermanos para que sus padres no conecten el telediario. Con ellos se reúne en Jerez durante los pocos días libres que tiene en Navidades y el verano, fuera del ruido y la furia. “Cada vez que me insultan se lo están diciendo a todos a los que represento: 1.109.000 votos”.

Las muestras de ánimo por la calle también son visibles en localidades como Santa Coloma de Gramenet, uno de los enclaves del antiguo cinturón rojo de Barcelona que ahora es naranja. En una visita reciente, desayunó en la churrería Manchega, donde José María Muñoz, de 74 años, decía junto a una gran olla de aceite humeante: “Esta chica es muy valiente. Nos defiende. Me duele decirlo, pero el PSOE aquí ha titubeado, ha sido muy bailarín. Los políticos nos deben arreglar este entuerto”. Ya en la calle, mujeres de distintas edades se lanzan a sus brazos, y algún viandante le susurra a su paso: “Lo estás haciendo muy bien”. Ella está acostumbrada al bisbiseo fruto del miedo. “Muchos lo dicen así, en voz baja: ‘Te he votado”. Al llegar a un parque, un exaltado que pasea a un perro y luce bufanda amarilla en homenaje a los exconsejeros de la Generalitat encarcelados grita al séquito de Arrimadas: “¡Fuera de Santaco!”.

Fan de la serie Juego de tronos y amante tanto de las tradiciones de su Jerez natal —“soy más de feria que de Semana Santa”— como del románico catalán —cuyas huellas rastrea en escapadas frecuentes con su marido—, dice haber leído hace poco Ja sóc aquí, las memorias del expresident Tarradellas. “Sin compartir todo lo que decía Tarradellas, valoro su contribución a recuperar la Generalitat con un acuerdo en el que todos cedieron en algo y todo el mundo ganó. Yo solo llevo cinco años en esto, pero tengo muchas cosas por hacer. En un futuro volveré al sector privado, no pienso estar 40 años metida en política. Pero ya que me he significado como lo he hecho, llegaré hasta el final. Pase lo que pase. No hay vuelta atrás”.

 

* Lee la entrevista en El País Semanal

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