Opinión

Cataluña: el final de la mascarada

30-08-2017 | El Economista

La campaña del separatismo catalán está basada, como la campaña del Brexit, como tantas utopías de vendedores de crecepelos en la simple demagogia.

Para los que defienden el proyecto secesionista, todos los problemas que existen en Cataluña son culpa de "España", y se acabarían, mágicamente, cuando Cataluña se hiciese independiente. Esto ya lo vimos en la campaña de las elecciones autonómicas del 27-S, y parecía volver en el agit-pro previo al ilegal "referéndum" del 1 de octubre.

A un movimiento tan sectario parece que no le afectan las críticas ni la situación real económica y social, que precisamente se ha deteriorado por culpa, precisamente, de su acción de Gobierno. En un famoso cuento de Oscar Wilde, Dorian Gray no envejecía, ni su aspecto físico delataba sus pecados, que solo se reflejaban en su retrato. Hasta ahora, la enorme irresponsabilidad de los que han deteriorado la convivencia social en Cataluña, no se estaba reflejando, pero el retrato ha empezado a romperse... porque la mascarada está llegando a su final.

Los separatistas catalanes vendían una Cataluña moderna, socialmente comprometida y avanzada, en la que todos los problemas se originaban por su pertenencia al Estado español, que por supuesto era absolutamente insolidario con Cataluña. Este relato se empezó a romper con los atentados de Barcelona y Cambrils. El zarpazo terrorista del ISIS no distinguió, y por supuesto, los atentados podían haber ocurrido en cualquier otro lugar, de Occidente, o también de Oriente... Para ser víctima de los integristas islámicos vale simplemente cualquiera. En los últimos tiempos ha habido atentados en Francia, Gran Bretaña, Turquía o Irak. La excepción española era simplemente una cuestión de buena labor policial, y también algo de suerte.

Lo peor sin duda fue la manifestación del pasado sábado en Barcelona. Lo que debió ser una manifestación de repulsa y condena por las víctimas, inocentes, y de muchas nacionalidades, se convirtió en un acto de odio... contra el Rey y los representantes políticos que se manifestaban. Por supuesto, no fueron todos, ni siquiera la mayoría de los manifestantes, pero la realidad es que ocuparon todo el espacio mediático. Y eso fue posible porque el Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Cataluña encargaron el servicio de orden en la manifestación a los voluntarios de la Asamblea Nacional de Cataluña, el brazo "civil" y subvencionado del separatismo gobernante.

Con algunos cadáveres aún calientes, e incluso con heridos, que todavía hoy luchan entre la vida y la muerte, lo prioritario para algunos era insultar y vejar, a los que habían venido a compartir el dolor y solidarizarse con todos los catalanes de bien. La imagen que los secesionistas catalanes dieron al mundo resulto simplemente vergonzosa. Por otra parte, no había ningún representante político extranjero en la manifestación. Ambas cuestiones resultan ejemplificativas de las simpatías internacionales que despierta, en estos momentos, el separatismo catalán.

El pasado lunes continuó el espectáculo: la antigua Convergencia, Esquerra y la CUP presentaron el bodrio de la "Ley de Transitoriedad y fundacional de la República". Esta proposición es una aberración jurídica. Mediante este engendro se pretende derogar la Constitución y el Estatuto de Autonomía, para constituir una "República" catalana... por mayoría simple de los votos del Parlament de Cataluña. Irónicamente, esta mayoría en escaños lo es por la aplicación de la Ley Orgánica Estatal de Régimen Electoral General, ya que Cataluña no ha sido capaz de aprobar una ley electoral propia. Y no está de más recordar que los partidos abiertamente independentistas obtuvieron menos votos que los no independentistas, PSOE, PP, Podemos y Ciudadanos.

El texto de la Ley de Transitoriedad contiene chapuzas y voluntarismo, como pretender acuerdos con el Estado Español o seguir perteneciendo por arte de magia a la Unión Europea... Lo más sorprendente es que deja en vigor múltiples artículos del Estatuto de Autonomía de Cataluña e incluso de la Constitución, a las que se remite, cuando la eventual aprobación de esta norma supondría una violación flagrante, no solo de la Constitución, sino del propio Estatuto, y de su procedimiento de reforma que exige una mayoría de dos tercios en el Parlament, además de su ratificación por las Cortes Generales.

Aunque los aspectos técnicos sean chapuceros, de lo que no se olvidan los proponentes es de establecer una amnistía para los delitos cometidos "en el procés per la Independéncia", ni tampoco de dejar atado y controlado al Poder Judicial. Hace tres años, con motivo de la confesión del defraudador Jordi Pujol, escribí que los más inquietante de todo esto era que "la culminación del procés para la independencia llevaría a que una elite se quedase fuera de cualquier control". Hoy esto se materializa abiertamente y negro sobre blanco. Los grupos políticos separatistas no solo realizan un atentado contra la democracia, sino que también pretenden acabar con la separación de poderes. Recordemos el célebre adagio de que los Estados que no tienen separación de poderes, no tienen Constitución.

En fin, y resumiendo, parece que para algunos, el Estado de Derecho y la legalidad son secundarios. De entrar en vigor esta norma supondría, en mi opinión, y no soy el único, un atentado a la democracia y a los derechos fundamentales de los catalanes, en lo que el texto se remite irónicamente a la Constitución Española que pretende destruir, y del resto de los españoles. En esto consistía el viaje a Ítaca, a la Arcadia Feliz de la Independencia... en un viaje a ninguna parte. Y aunque parece una mala noticia, en el fondo es bueno saber qué proponen realmente algunos, y qué están dispuestos a hacer para conseguirlo. Hemos llegado al final de la mascarada separatista.


*Lee el artículo en El Economista

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