Opinión

El cuello del elefante

24-07-2016 | El País

Necesitamos economías flexibles e innovadoras que aprovechen las oportunidades que la globalización ofrece

 

Es difícil entender los fenómenos populistas como Trump, Le Pen, o el Brexit sin entender la dinámica del mercado global de trabajo en el que, por primera vez desde la posguerra, amplios segmentos de las poblaciones occidentales dudan de que puedan alcanzar un nivel de vida más elevado que el de sus padres. El fenómeno es global, y entenderlo requiere una perspectiva global. En varios recientes trabajos académicos y un libro reciente (Global Inequality: A new approach for the Age of Globalization, 2016) el economista Branko Milanovic presenta de forma pionera esta perspectiva global, basada en las encuestas de presupuestos familiares de 20 países entre 1988 y 2008.

 

El gráfico clave, que presentamos más abajo, tiene una vaga forma de elefante. Surge de ordenar a la población global de menores ingresos a mayores ingresos por “percentiles”, y determinar el cambio de los ingresos reales de ese percentil. Por ejemplo, el gráfico nos dice que el 2% más pobre del mundo experimentó un aumento de ingresos del 22%, y que las personas situadas en el punto de medio de la distribución mundial, la clase “media” global (es decir, el punto 50 de la distribución) experimentaron un aumento de ingresos de alrededor del 70% en estos 20 años.


A simple vista, el gráfico da fé de un enorme éxito económico. Miles de millones de personas han experimentado un progreso sin precedentes. Las personas alrededor del punto A, que son en gran parte las nuevas clases medias chinas e indias, han experimentado mayores mejoras económicas en veinte años que las que habían experimentado anteriormente en siglos. Recordemos que el PIB per cápita real de China en ese período se multiplicó por 5. Esta nueva clase media global alcanza ya ingresos por persona que Milanovic estima en entre 150 y 450 dólares al mes, es decir, ingresos familiares para una familia con dos hijos de entre 600 y 1800 dólares al mes (para hacerse una idea aproximada, lea euros donde dice dólares).

 

También el gráfico muestra buenas noticias para las personas con mayores ingresos del planeta, el 1% más alto, que generalmente son ciudadanos de los países occidentales. Estos “clase alta global”, cuyos ingresos per capita se sitúan por encima de los 4000 dólares al mes, experimentó también un crecimiento sustancial, por encima del 60%.

 

Hasta aquí, todo son buenas noticias. El problema son los individuos situados alrededor del punto B, el “cuello del elefante”. Este punto, el percentil 80 de la distribución global, la clase “media alta global”, está formado por aquellos que viven en los países avanzados y que, dentro de ellos, están en las clases medias y bajas. Recordemos que incluso los ciudadanos con menores ingresos per cápita de una economía avanzada están en el 70% de la población mundial.

 

Pues bien, es en este punto B donde vemos las menores avances, o incluso estancamiento. En un arco de países que van de Italia a EEUU, pasando por el Reino Unido y Francia, tras décadas de avances económicos sustanciales, las clases medias y medias bajas han visto un completo estancamiento de su nivel de vida. La promesa implícita que se les hizo a estos ciudadanos, que la globalización, la liberalización comercial, el mercado único europeo, etc. haría avanzar la economía y mejorar el nivel de vida de todos, ha resultado ser falsa. Los avances han beneficiado a casi todo el planeta, pero no a ellos.

 

Nótese lo que decimos, y lo que no. La globalización si ha reducido de forma enorme la desigualdad y la pobreza globales, y sí ha mejorado el nivel de vida de miles de millones de personas en nuestro planeta, contrariamente a lo que muchos movimientos anti globalización nos quieren hacer creer. Pero a la vez se ha producido un estancamiento en términos absolutos, y un deterioro en términos relativos (comparados con otros dentro de sus propios países), de las clases medias bajas de los países avanzados.

 

Esta percepción de estancamiento relativo es el caldo de cultivo del que se nutren Trump, Le Pen, Farage, Iglesias, y todos los demás populismos. Los proponentes del “consenso de Washington,” basados en mercados abiertos de bienes, servicios, capitales y personas, acertaron al predecir que el comercio mundial y la globalización generarían una era de prosperidad sin precedentes para el planeta, pero erraron al no prever que amplios segmentos de población en occidente sufrirían un deterioro, al menos de su posición relativa.

 

Trump y el Brexit, han mostrado el potencial éxito que los movimientos anti-globalizadores pueden tener en nuestros países. Y tal éxito podría poner en riesgo el equilibrio económico y político de la posguerra. Si por ejemplo Trump reintroduce barreras comerciales y estalla una guerra comercial con China, la clase media sufrirá un fuerte empobrecimiento que incrementará a su vez la demanda de soluciones populistas con consecuencias impredecibles.

 

Pero no podemos frenar los populismos sin ofrecer soluciones a la lógica ansiedad que estos cambios generan en amplios segmentos de las clases medias. El éxito de las economías del norte de Europa sugiera que el problema tiene solución con educación, políticas redistributivas inteligentes, y economías flexibles e innovadoras.

 

En primer lugar, no es posible enfatizar lo suficiente la importancia de la educación y la formación en este mercado global. Nuestros trabajadores no pueden competir en salarios con los que están en el punto A del gráfico de Milanovic. Beneficiarse de la globalización requiere poder competir en valor añadido, en diferenciación de producto, en tecnología. En este sentido, para España es clave el idioma. Diferenciar el sector turístico, o atraer bancos de Londres requiere un nivel de inglés actualmente inexistente. Alcanzar la fluidez en inglés requiere menos de 500 horas lectivas de calidad. ¿Tan difícil es proveerlas?

 

En segundo lugar, nuestras sociedades deben de disponer de sistemas de redistribución de la riqueza que aseguren que todos ganamos con la globalización. Créditos fiscales (como el que ha planteado ciudadanos) para los trabajadores de menores ingresos generan ingresos adicionales sustantivos (500 euros por familia y mes en el SMI) sin introducir nuevas distorsiones—al revés, aumentando la eficiencia.

 

Finalmente, necesitamos economías flexibles e innovadoras que aprovechen las oportunidades que la globalización ofrece. Ello requiere, como Ciudadanos ha propuesto, eliminar barreras regulatorias absurdas, salir del localismo provincialista en el que ha degenerado nuestro sistema autonómico y facilitar la innovación y la competencia.

 

Todos estos cambios son cruciales, no solo para asegurar el progreso económico y social de nuestras sociedades, sino para evitar una espiral populista que acabe con el orden de la posguerra.

 

Luis Garicano es Catedrático de Economía de la London School of Economics (LSE) y Responsable de Economía, Industria y Conocimiento de Ciudadanos. 

 

* Lee el artículo en El País

 

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