Opinión

Lo de Carmona no va a ser el último charco en Madrid

06-08-2015 | El Confidencial

Caigo en la cuenta de una nueva instrumentalización de una Cámara desnaturalizada, a la que le PSOE no parece otorgarle más rédito que ofrecer una morada a no pocos políticos amortizados

Hoy todo es historia, una historia hecha de historietas. La teatralidad del Consistorio admite casi todo, admite a un partido de Gobierno que tembló hasta el último momento ante la posibilidad de una ruptura en las filas de la formación que le tendía una mano blanda, la estrechante y vacilante mano del candidato que no convence en una entrevista de trabajo.
Admite un Gobierno destinado al mirar de reojo, y al ser observado con recelo, admite el capricho de quien mueve los hilos de marionetas desarticuladas vaciadas de decisión. Lo admite, como decía, casi todo, pero determinados sucesos saturan la flexibilidad política, y por más que una no tenga costumbre de comentar los trapos ajenos, acepta la invitación a la crítica, la invitación de una formación y un fulminado candidato que eligen retirar vendajes, exponer la carne viva, y someterse su increíble y triste historia de cándida Eréndira y abuela desalmada al escrutinio público. Así que a tal envite entro, y formulo las preguntas que posiblemente ronden hoy las cabezas de desconcertados votantes y no votantes.
En primer lugar, me pregunto si el desmerecido candidato es el mismo para quien se pidió la confianza de los madrileños hace 75 días, y dado que sí, parece ser el mismo, seguidamente me pregunto el valor que ha decidido otorgarle su formación, tanto a los afiliados que lo invistieron candidato, como a los votantes que acudieron a su llamada. Concluyo que el orden de las primarias sí parece alterar el producto y a continuación razono que algo se me escapa, que no son traicionados los principios de la democracia interna, los de la externa, los méritos de la disciplina y obediencia por encima de la coherencia con el mensaje personal sin que algo grave, muy grave, se haya producido en los últimos dos meses, algo que motive el trueque portavocía por Senado, por el frio y discreto Senado.
Caigo en la cuenta de una nueva instrumentalización de una Cámara desnaturalizada, a la que el PSOE no parece otorgarle más rédito que ofrecer una morada a no pocos políticos amortizados, y que, a juzgar por el descrito cambio de cromos, no parece otorgarle más función que la de silenciador de políticos por excelencia. Cierra este último acto una nueva declinación de un descolocado político, y el desaire.
Insisto en mi capacidad de sorpresa, que, afortunadamente, mantengo intacta, y trato de atender y ofrecer respuestas que no tengo a los igualmente sorprendidos medios, no fío todo a un solo pronóstico e introduzco una sincera confesión; responder y vaticinar algo en Madrid se ha convertido en una actividad de riesgo. Hoy más que ayer, pero, a buen seguro, menos que mañana, tratar de predecir el futuro local puede llegar a ser tan entrampado como concurrir a la bolsa china o, peor aún, a la griega, es para valientes, para videntes, para muy listos, o para muy tontos.
Así que, llegado a este punto, permítanme les reconozca que, personalmente, daba por hecho una cámara fragmentada, descontaba las rencillas de siempre, los odios antiguos, los bandos, aseguraba la obligatoria consecución de pactos, desde luego. Lo que les garantizo no esperaba, era el escenario de la división dentro de la división, del divorcio político de una formación antropófaga que en su espiral de reproche mutuo, nos ofrezca una buena dosis de política experimental de incierto preámbulo, nudo y fatal desenlace, un panorama postconyugal de tedio y conflicto de lealtades, de desamor, y de despecho.
Probablemente basten 75 días más para que esto vuelva a ser otra historia, o historieta, pero algo me dice que el devenir político madrileño no va a estar precisamente caracterizado por la estabilidad y el buen gobierno, algo me dice que no va a ser éste el último charco en el camino y, sin atreverme, como adelantaba, a predecir el capítulo final, casi puedo asegurar y aseguro, que, hasta entonces, el suspense estará, definitivamente, garantizado.
Insisto en mi capacidad de sorpresa, que, afortunadamente, mantengo intacta, y trato de atender y ofrecer respuestas que no tengo a los igualmente sorprendidos medios, no fío todo a un solo pronóstico e introduzco una sincera confesión; responder y vaticinar algo en Madrid se ha convertido en una actividad de riesgo. Hoy más que ayer, pero, a buen seguro, menos que mañana, tratar de predecir el futuro local puede llegar a ser tan entrampado como concurrir a la bolsa china o, peor aún, a la griega, es para valientes, para videntes, para muy listos, o para muy tontos.
Así que, llegado a este punto, permítanme les reconozca que, personalmente, daba por hecho una cámara fragmentada, descontaba las rencillas de siempre, los odios antiguos, los bandos, aseguraba la obligatoria consecución de pactos, desde luego. Lo que les garantizo no esperaba, era el escenario de la división dentro de la división, del divorcio político de una formación antropófaga que en su espiral de reproche mutuo, nos ofrezca una buena dosis de política experimental de incierto preámbulo, nudo y fatal desenlace, un panorama postconyugal de tedio y conflicto de lealtades, de desamor, y de despecho.
Probablemente basten 75 días más para que esto vuelva a ser otra historia, o historieta, pero algo me dice que el devenir político madrileño no va a estar precisamente caracterizado por la estabilidad y el buen gobierno, algo me dice que no va a ser éste el último charco en el camino y, sin atreverme, como adelantaba, a predecir el capítulo final, casi puedo asegurar y aseguro, que, hasta entonces, el suspense estará, definitivamente, garantizado.
 

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