Nada más poderoso que el miedo. Cuando ya estás encadenado e inmovilizado es cuando tu dignidad te exige un argumento, una razón que explique tu vergüenza. Es entonces cuando decides interiorizar el discurso del otro. Es entonces cuando encuentras la salida que tranquiliza tu conciencia. Una huida que comienza por la equidistancia. Esa que te permite no salir en auxilio del perseguido, del señalado. “Algo habrá hecho”, se decía entonces. Después, poco a poco, el cálido abrazo de la tribu, la embriagadora melodía de las voces que cantan el himno que nos hace diferentes, un mantra de resonancias guerreras que nos enardece y nos anestesia, los vibrantes colores de miles de banderas marchando por las calles, el calor de la manada, un rebaño confiado en su pastor…
Todo ello nos conforta y nos absuelve de la necesidad de pensar. En medio del torrente la razón desaparece. La adrenalina lo envuelve todo y el otro ya no es un ser humano, es solamente un enemigo. Pensar diferente, o simplemente pensar, es traición. Ya no somos nunca más individuos, nunca más uno solo. Somos un solo cuerpo, una sola voluntad enfrentada al enemigo. Una marabunta imparable. El discrepante no puede permanecer entre nosotros porque nos recuerda nuestra vergüenza. El discrepante es el retrato de Dorian Grey escondido en el desván. Ese retrato que nos enseña nuestro verdadero rostro emponzoñado y desfigurando por el odio. Tenemos que expulsarlo. Para ello es necesario señalarlo, marcar sus casas y sus tiendas, acosar a sus hijos, torcer el gesto en la calle al verlo. Tiene que sentirse aislado como un leproso hasta que decida hacer el hatillo con sus cosas y buscar otro hogar.
Todo esto sucedió una vez. Todo esto lo vivimos, algunos más de cerca, otros más de lejos. Todo esto nos costó muerte, desolación y desarraigo. Todo esto cubrió de una nube de silencio y vergüenza las verdes tierras que vieron nacer a mi madre. Hoy otra patria está en marcha. Hoy otro torrente de orgullo, otros himnos guerreros, otras banderas, otras afrentas, llenan plazas y calles. Hoy nuevamente desaparece el individuo bajo la masa. Hoy nuevamente aparecen domicilios señalados, sedes asaltadas, políticos en una diana. Una niebla ácida y espesa vuelve a envenenar las relaciones entre quienes ayer eran vecinas de calle. Hoy asoma de nuevo la mirada torva y culpable de Miren distanciándose de Bitori. Hoy todavía el Txato está vivo. No volvamos a dejarles solos. Hagamos que, esta vez, el Txato se sienta acompañado. No dejemos que una nueva patria envenene nuestros sueños.
Acabo como empecé , con Paco Ibáñez: