Opinión

Recuperar la paz social

21-11-2017 | La Vanguardia

La economía y sociedad catalanas no pueden depender de la arbitrariedad de un gobierno errático, que se salta las leyes y que está dispuesto a dinamitar la estabilidad.

El procés ha tenido un enorme coste emocional y económico para los catalanes. Catalunya necesita abrir un nuevo tiempo de estabilidad, tranquilidad y retorno al seny.

El relato excluyente construido por el separatismo, calcado al de otros partidos populistas de Europa, ha fomentado la división y la confrontación entre ciudadanos, causando profundas fracturas entre familias, amigos y vecinos, que tardarán mucho tiempo en recomponerse. Es un relato basado en construir un enemigo externo (España) al que se acusa de todos los males. Un relato que trata a Catalunya como un solo pueblo cerrado y homogéneo en lucha por la independencia, cuando en realidad Catalunya es una sociedad abierta, europeísta y plural, donde el independentismo no ha sido nunca mayoritario. Y es un relato basado en una arcadia feliz (la “República independent”), donde todo sería mejor, cuando en realidad, como han podido constatar los ciudadanos, esa Catalunya imaginaria solamente llevaría al aislamiento, al empobrecimiento y a la ruptura social.

La radicalización del nacionalismo ha ido acompañada de un abandono deliberado de la sensatez en política económica. Se han destinado ingentes cantidades de recursos públicos a la ruptura con España y la construcción de un nuevo Estado, alimentando extensas redes clientelares de propaganda nacionalista.

Mientras tanto, todos los indicadores económicos y sociales se han deteriorado: el desempleo está entre los más altos de la OCDE; la deuda está disparada; las listas de espera para cirugía son las mayores de España (157.000 personas) y el número de barracones en las escuelas es el mayor de toda España (1.020); se ha producido una fuerte caída de todos los índices de competitividad, corrupción y calidad institucional.

Nada ejemplifica mejor la insensatez del camino emprendido por la coalición de ERC, PDECat y la CUP que la salida de las sedes en las últimas semanas de más de 2.200 empresas, una tercera parte de la economía de Catalunya y el 85% del valor bursátil total. Nos dicen que la sede no importa, pero importa, y mucho. Como escribió el exconseller Andreu Mas-Colell en 1994, “más vale tener sedes sin fábricas que fábricas sin sedes”. Las empresas contratan todos los servicios, desde abogados, auditores y consultores a publicitarios, servicios de comunicación e informática donde tienen su sede.

Empresas y bancos no se han marchado porque hayan querido: han sido expulsados de Catalunya por la irresponsabilidad histórica del Govern separatista. Sin estabilidad jurídica las empresas no pueden funcionar. Por poner un ejemplo importante: empresarios, trabajadores y autónomos no pueden estar sometidos al riesgo de que una futura Hacienda catalana exija a las empresas y ­ciudadanos de forma ilegal que paguen dos veces no sólo sus impuestos de sociedades, sino también el IRPF y el IVA que las empresas retienen.

La economía y sociedad catalanas no pueden depender de la arbitrariedad de un gobierno errático, que se salta las leyes y que está dispuesto, con sus decisiones unilaterales de ruptura, a dinamitar la estabilidad en favor de una independencia imposible, sin base democrática, que no será nunca reconocida por la Unión Europea y que en caso de consolidarse convertiría a Catalunya en Estado fallido. No pueden depender de un Govern que, en vez de abordar los problemas sociales y económicos o reivindicar causas legítimas en los foros correspondientes con el resto de España, ha optado por ausentarse y criticar, sin buscar, ni por tanto conseguir, mejoras para los ciudadanos.

Es momento de poner punto final al procés y recuperar el seny. El momento de recomponer las fracturas creadas y volver a unir a los ciudadanos en un proyecto común con el resto de España y Europa. Catalunya sigue teniendo todas las condiciones para volver a ser el motor económico de España y una de las regiones más dinámicas y ricas de Europa.

Pero para ello es necesario un nuevo gobierno que ofrezca a los catalanes estabilidad y progreso. Un gobierno para todos los catalanes, que frente a la división ofrezca convivencia y frente a irresponsabilidad y mentiras ofrezca ­seguridad y solvencia económica. Un gobierno que se preocupe por los problemas reales de los ciudadanos, que atienda y reivindique sus demandas y mejore los servicios públicos. Un gobierno que ponga en marcha un “plan de choque” para el retorno empresarial y revierta la peligrosa deriva que ha tomado la economía catalana en estos últimos años.

En definitiva, Catalunya necesita cerrar definitivamente una etapa que ha traído los peores resultados en su historia reciente, para abrir un nuevo tiempo de tranquilidad, sensatez y modernidad, pensando en todos los ciudadanos.


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