Opinió

Redefinir el Progreso

24-10-2016 | Agenda Pública

Las sociedades deben tener como objetivo avanzar hacia mayores cotas de libertad e igualdad.

 

Las sociedades deben tener como objetivo avanzar hacia mayores cotas de libertad e igualdad. En un mundo que cambia a toda velocidad, ofrecer respuestas efectivas a ese reto requiere ser pragmático, flexible y estar en permanente actualización. Si el mundo cambia, pero nuestras recetas permanecen intactas, lo más probable es que fracasemos en la defensa de nuestras convicciones.


En las últimas semanas se ha escrito y hablado mucho sobre la crisis del PSOE. A cualquier demócrata sensato le debe preocupar el futuro de una fuerza política que ha liderado en el pasado muchos de los grandes avances en nuestro país. En mi caso, la razón de la preocupación es doble, puesto que soy uno de esos hijos de socialistas – a los que aludía Borrell – que han dejado, hace tiempo, de votar al PSOE. Aunque en mi caso, como en muchos otros, es evidente que no me he ido a Podemos.


En mi opinión, la variable explicativa más importante para entender por qué el PSOE está como está es una muy sencilla: el PSOE ha dejado de ser un partido de progreso. Mi colega parlamentario Ignacio Urquizu apuntaba en la misma dirección en un artículo reciente en El País. El PSOE, dicen los datos, ha dejado de ser atractivo para los votantes de las grandes ciudades, más modernas, más cosmopolitas, y normalmente más progresistas. Pero Urquizu no explicaba cuáles eran las razones por las que eso sucedía.


Las razones del declive son de fondo y principalmente dos: el PSOE no ha sido capaz de ofrecer respuestas efectivas a los dos grandes retos que plantea la globalización; en el mundo del empleo y en la educación. Y tampoco ha sabido ofrecer una respuesta valiente a la crisis. 


La globalización ha transformado completamente el mundo del trabajo en todos los países avanzados. No solo por la deslocalización. Los avances tecnológicos se han llevado por delante millones de trabajos rutinarios que están siendo sustituidos por robots y algoritmos. Al mismo tiempo internet ha traído un nuevo mundo de oportunidades y nuevas formas de trabajo. Ahora desde el ordenador de casa podemos crear aplicaciones que transforman industrias enteras (Airbnb, Uber). La economía digital y la uberización del trabajo, permiten comprar y vender servicios por horas con un simple click desde el móvil.

 

Estos cambios abren nuevas oportunidades, pero también plantean profundos retos sobre cómo ofrecer vidas laborales dignas a grandes sectores de nuestra población. El año pasado en España se firmaron 16 millones de contratos temporales. Hoy en Estados Unidos los trabajadores freelance (autónomos) representan el 35% de la fuerza de trabajo y Europa avanza en la misma dirección.

 

Las relaciones laborales de la época dorada de la socialdemocracia tienen poco que ver con las relaciones laborales de hoy. Por esa razón en otros países algunos partidos socialdemócratas (y también conservadores) han tratado de romper con ideas prefijadas sobre el mundo del trabajo y ofrecer nuevas respuestas a dichos retos.

 

El Partido Socialista francés, por ejemplo, está implementado una modalidad de mochila austríaca con cuentas individuales por trabajador. Esta fórmula permite en un entorno de alta movilidad laboral, transportar derechos de un trabajo a otro o acumularlos para la jubilación. En EEUU, Obama ha sido un gran defensor del EITC, una modalidad de complemento salarial para ofrecer salarios dignos a trabajadores pobres. En Italia, un país con un mercado de trabajo casi tan dual como el español, Renzi ha liderado la defensa del contrato único. Además de en EEUU o Reino Unido, en países como Canadá, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Suecia u Holanda existen versiones distintas del complemento salarial que la izquierda ha incorporado hace años en sus programas.

 

Sin embargo en España, uno de los países con mayor dualidad y pobreza laboral, el PSOE no ha variado prácticamente sus propuestas de empleo en los últimos 25 años. De hecho ha tenido que ser el Tribunal Superior de Justicia de la UE con sus recientes sentencias el que abra una oportunidad para el cambio, poniendo el dedo en la llaga de las profundas injusticias de nuestro mercado de trabajo. 

 

Algo parecido ha sucedido con la educación. Hoy la educación y el talento se han convertido en la variable clave para entender las desigualdades. Mientras, por abajo, los que tienen poca formación se han quedado sin opciones de trabajo, por arriba, los que tienen talento o acceso a la educación acceden a un mercado global lleno de oportunidades.

Rafael Nadal ingresa mucho más dinero que (por poner un equivalente) Boris Becker en los ochenta porque tiene una audiencia planetaria e instantánea las 24h del día. Lo mismo aplica a un buen ingeniero de software: su mercado es planetario. En cambio los trabajadores con poca formación en los países avanzados lo tienen cada vez más difícil. En España, 4 de cada 5 parados de larga duración no tienen formación universitaria. Las skills definen los nuevos ganadores y perdedores en la era global del conocimiento. Y la escala hace que la distancia entre ellos aumente cada vez más rápido.

Sin embargo, mientras en otros países partidos socialdemócratas lideraban reformas profundas en sus sistemas educativos para atajar esas crecientes desigualdades, en España el PSOE no ha sido capaz de liderar el cambio hacia una educación que al mismo tiempo garantice la igualdad de oportunidades y sea competitiva globalmente. El resultado es que en España somos los segundos por la cola en fracaso escolar, nuestros profesores están entre los más desmotivados de Europa, de media lo hacemos peor de lo que nos tocaría por nuestro nivel de renta y casi no tenemos alumnos excelentes.

 

En tercer lugar el PSOE ha sido incapaz de ofrecer un relato valiente de respuesta a la crisis. El único argumento de un partido de progreso no puede ser No a Rajoy y No a la austeridad. En economías abiertas dentro de una unión monetaria como el euro los países endeudados deben ser responsables fiscalmente. Si dejamos de serlo se genera desconfianza y eso se traduce en mayores intereses a pagar por la deuda y en menos dinero para hospitales.

Un relato de la crisis mucho más coherente hubiera sido uno que abogara de forma ambiciosa por la austeridad allí donde ha habido abusos y excesos (diputaciones y demás chiringuitos políticos) y que fuera rotundo contra los recortes en educación o innovación que son pan para hoy y hambre para mañana. Pero el PSOE tampoco ha sido capaz de enfrentarse a sus redes clientelares y asumir cambios institucionales profundos.

La pregunta que viene a continuación es: ¿Y por qué el PSOE no ha sido capaz de reaccionar ante todos estos cambios? Lo primero que descubre alguien al entrar en política es que entre el diseño de las políticas y la realidad de su implementación hay un enorme trecho. Existen grupos de interés, competencias fragmentadas, relaciones humanas y equilibrios de poder. Para poder lograr cambios es imprescindible no tener servidumbres. Cuando existen mochilas grandes, la labor reformista se vuelve una quimera. Y si a eso se le suma la inexistencia de liderazgos fuertes, tener un partido de progreso resulta directamente imposible. No es baladí que aún hoy, ni uno solo de los líderes del PSOE, ni de los que vienen ni los que se van, haya tenido vida fuera del partido.

La batalla a la que nos enfrentamos en el futuro no es una batalla de izquierdas o derechas. Es una batalla que enfrenta a defensores de sociedades abiertas y de progreso contra los defensores de sociedades cerradas. Ganar al populismo y al nacionalismo requiere abordar los problemas de aquellos que han sido dejados atrás por la globalización y ofrecer nuevas oportunidades a las nuevas clases medias.

 

En el caso del PSOE, los tiempos han avanzado mucho más rápidamente que la capacidad de respuesta de sus estructuras. Las políticas de progreso no pueden estar basadas en doctrinas fijas, sino en un proceso constante de adaptar medios y políticas a circunstancias cambiantes. 

 

No hay nada que asegure que en el futuro vayan a seguir existiendo las fuerzas políticas que hemos tenido en el pasado. Los tiempos están cambiando, como dice la canción de Bob Dylan, y ya están aquí nuevos partidos para re-definir el significado de progreso.

 

Toni Roldán es portavoz de Economía de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados


* Lee el artículo en la web de Agenda Pública

 

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