Opinión

Un antes y un después

09-10-2017 | El País

Los catalanes que permanecían callados han hablado. Este domingo salieron a la calle contra las mentiras y engaños, contra los que subvierten la democracia y el derecho.

Al final de la manifestación de este domingo en Barcelona, que superó las previsiones de los más optimistas, una pregunta rondaba en todas las conversaciones: ¿esta masiva asistencia significa un antes y un después en la política catalana?

En los próximos días, semanas o meses, se podrá contestar con fundamento a esa pregunta. En todo caso, los catalanes callados han hablado, ya no podrá la prensa extranjera —o nuestros nacionalistas locales— hablar de “los catalanes” como un bloque unitario frente a España. Cataluña es plural, hay muchas Cataluñas, como sucede también en España, o en Francia, Italia, Alemania y la mayoría de los demás países europeos. No somos distintos de ellos. Los conflictos, normales en toda sociedad, no son entre países, o entre naciones, sino entre ciudadanos. El Estado de derecho, a través de la democracia, es el cauce normal para resolverlos.

El éxito de asistencia en la manifestación no se puede explicar sin lo sucedido en semanas anteriores, desde finales de agosto. Se dice desde hace tiempo que el llamado procés está generando un hartazgo en buena parte de la población catalana y en la mayoría de la española. Es cierto. Pero al hartazgo se le ha sumado en los últimos tiempos la indignación, indignación ante las mentiras del independentismo, el abierto desafío al Estado de derecho y, finalmente, en los últimos días ha sido bien visible, el peligroso precipicio al que nos estamos acercando con temeridad.

El decálogo de mentiras del independentismo fue objeto de un extraordinario reportaje en EL PAÍS, hace un par de semanas, escrito por José Ignacio Torreblanca y Xavier Vidal-Folch. Desde hace años se repiten estas mentiras, día sí y día también, por políticos y periodistas nacionalistas. Ya puedes rebatirlas con datos y argumentos que, imperturbables, las siguen manteniendo. Cuando estos días recibía visitas o llamadas telefónicas de periodistas extranjeros para que les informara de lo que sucede en Cataluña, les remitía inmediatamente a este reportaje: sintéticamente allí está todo. Léanlo si no lo hicieron en su momento.

El desafío al Estado de derecho, mejor dicho la vulneración sin complejos de la Constitución, el propio Estatuto de autonomía y el resto del ordenamiento jurídico, viene de años, comenzó con la campaña de descrédito al Tribunal Constitucional tras la sentencia del vigente Estatuto. Entonces se contrapuso la democracia al derecho, algo tan peligroso que ha dado lugar a las más conocidas dictaduras europeas del siglo XX y que genéricamente ha sido llamado fascismo.

Pero en septiembre pasado, durante los días 6 y 7, el Parlamento de Cataluña fue el escenario de la bochornosa aprobación, sin debate alguno, de dos leyes que prescindían sin tapujos del marco legal vigente. Dos leyes que prepararon el simulacro de referéndum del pasado día 1 de octubre y sus consecuencias, precedido todo ello por la deslealtad del jefe de los Mossos, el mayor Josep Lluís Trapero, que incumplió un mandato judicial y dio lugar a una campaña de desinformación cuidadosamente preparada por el Govern de Carles Puigdemont, las redes sociales controladas por las entidades independentistas y los medios de comunicación públicos de la Generalitat o los privados alimentados con sus generosas subvenciones. Las mentiras han sido demasiadas y al final muchos catalanes han decidido salir a la calle porque ya era hora de denunciarlas.

Pero también contribuyeron a esta salida masiva a las calles de Barcelona otros dos hechos sucedidos la semana pasada que marcaron un importante punto de inflexión.

En primer lugar, el discurso real. Con rostro grave y severo, en poco más de seis minutos, el rey Felipe VI fue contundente. Dijo primero que, antes de nada, y previamente a todo, era imprescindible el restablecimiento del orden constitucional en Cataluña. Con ello constataba que ese orden constitucional había sido gravemente conculcado. En segundo lugar, el Rey no hizo ninguna referencia al diálogo ni a la negociación, tan común a todos sus discursos sobre Cataluña. Significado general de sus palabras: sin el respeto a la autoridad del Estado no es legítimo plantear demanda alguna. Como colofón, comunicaba solemnemente a los españoles que mantuvieran la confianza en la Constitución, las leyes y la democracia, en definitiva, a nuestro Estado de derecho.

Al día siguiente, Puigdemont expresó su disconformidad con el Rey, de quien dijo que había renunciado a su papel constitucional de mediador. Sin duda, el discurso del Rey había surtido efecto y el vértigo ante su incierto futuro empezaba a aflorar en las filas independentistas. ¿Cuál debía ser el paso siguiente? ¿La declaración unilateral de independencia, la famosa DUI? Y después de la declaración, un acto de pura retórica, ¿se habrían constituido en el tan anhelado Estado propio? Tras la euforia de la jornada del domingo, empezó el miedo y la decepción.

El aldabonazo final sobrevino el jueves. El Banco Sabadell anunciaba el traslado de su sede corporativa a Alicante. Le siguieron, entre otras empresas, CaixaBank y Gas Natural, y amenazan con seguir el ejemplo Freixenet, Codorniu y Planeta. Huida masiva contra el pronóstico de ilustres economistas, ahora sumidos en el ridículo. A los empresarios les asusta la independencia, a los trabajadores también. Esto fue definitivo para que todos salieran a la calle: contra las mentiras y engaños, contra los que subvierten la democracia y el derecho, contra los que quieren separarnos de España y de Europa.

En este punto, empezaron a surgir como setas, tristes y ridículos, los mediadores. ¿Mediadores entre quiénes? ¿Cuáles son las partes? No estamos en Colombia, ni en Oriente Próximo. Aquí el problema es de lealtad a las leyes por parte de la Generalitat y no de conflicto de intereses entre Cataluña y España. La prueba está en que grandes y medianas empresas huyen de Cataluña porque sus intereses no los defiende la Generalitat sino un Estado que permanece y seguirá permaneciendo en la Unión Europea. Mediar hoy sería salvar a los culpables de haber llevado a Cataluña a una tristísima situación por haber estimulado las bajas pasiones y olvidar la razón.

Los hasta ahora callados han hablado, saliendo a la calle, tras tantas provocaciones, ante el riesgo cierto de empobrecerse, ante la descarada vulneración de las leyes que ponen en peligro su seguridad. En fin, ante tantas mentiras. ¿Ello significa que las causas de la afluencia a la manifestación significan un antes y un después en Cataluña? Esperemos que así sea. Después de tanta irresponsabilidad, de actuar con tan poco fundamento, a los independentistas, como es lógico, empiezan a temblarles las piernas.

* Lee el artículo en El País

** Francesc de Carreras es Catedrático de Derecho Constitucional

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