Notas de Prensa

A. Robles: 'Fora rates de Catalunya'

21-11-2008 | El Mundo

Relato de Antonio Robles sobre las lamentables agresiones físicas y verbales sufridas en la manifestación contra la L.E.C. el pasado 13-nov.

No fue el más repetido, pero fue la culminación de todo el odio desatado: «Fora rates de Catalunya!».

Habíamos llegado a una manifestación en favor de una escuela pública y de calidad y nos encontramos con una ola de rencor y escarnio. La mañana era soleada, un día festivo y lúdico, como suelen ser las manifestaciones de educación. Antiguos conocidos se encuentran de nuevo, se saludan y rememoran.
Un grupo de jóvenes nos muestra su malestar por nuestra presencia. No entienden como gentes tan impresentables pueden apoyar esa manifestación. Les explico, pero no aceptan. Choca con sus prejuicios sobre nosotros. Aún así, son educados y tienen interés en mostrarnos su desprecio. Se cruza un profesor canoso, de unos 50 años: «Què feu aquí, fatxes?» y dirigiéndose a los jóvenes les recrimina: «Què feu parlant amb aquesta gent?»; vuelta a nosotros: «Foteu el camp de Catalunya, cabrons!». Varios compañeros a mi espalda tratan de hacerle razonar. Le miro a los ojos y le reprocho: «¿Le hemos tratado con mala educación para que nos trate de esta manera?», «Calleu fatxes, us tenim ganes!, m'enteneu?, ganes!, així que millor que calleu!». Mis compañeros se indignan. Trato de calmarles. Los jóvenes insisten en su desprecio, pero se desmarcan de la violencia del señor. Les sigo atendiendo. Parece la única conversación civilizada que hay a lo largo de la pancarta de Ciudadanos que acabamos de desplegar: «Contra la LEC. Por una enseñanza pública de calidad y contra la discriminación» (En catalán y castellano). Ante ella se ha plantado un frente de jóvenes y personas adultas con todo tipo de insultos: «Fora nazis!, fora nazis!» cantan. La ha iniciado un profesor de unos 40 años mal encarado, de más de cien kilos y aspecto desgarbado.Logra incendiar a todos los jóvenes a nuestro alrededor. Cada vez grita el estribillo con más violencia, mirándonos, escupiéndonos con los ojos, seguido por cientos de personas. Nos empujan, nos quieren expulsar de la manifestación.

No hay manera de razonar, ni de lograr que nos miren como iguales. No aceptan nuestra presencia, la encuentran intolerable; y lo peor, no es que lo digan a gritos, es que brota de sus rostros desencajados, henchidos de superioridad moral: «A la puta Espanya!, marxeu-vos!, nazis!, espanyols!». Ni un momento de duda, la percepción esperpéntica que tienen de nosotros está arraigada como la fe.¿Cómo pueden tener una imagen tan distorsionada de Ciudadanos? Todo su hostigamiento era la evidencia de un diálogo imposible: ¿Cómo es posible que culparan de querer acabar con el catalán a quienes de nosotros más se empeñaban en hacerles entrar en razón dirigiéndose a ellos en esta lengua? Un mundo al revés, quien nos trataba de nazis, se comportaba como ellos. Sin matices, sin metáforas. Como nazis. En el lenguaje, con su intransigencia, en su desprecio, con la firme convicción de comportarse como buenos patriotas.

Y aún peor, no eran unos cuantos exaltados, una excepción anómala, ni siquiera la locura inducida por un calentón o una borrachera de un grupo de tronados, ¡no!, era la atmósfera normalizada de la mayoría social que nos rodeaba. La clase media ociosa y satisfecha de haber nacido en una nación mediterránea, maltratada por la pandilla de hijos de puta que se atrevían a reivindicar derechos en su propiedad. Ya no eran las ideas sostenidas por Ciudadanos, que también, aborrecían la identidad misma que nos individualizaba como colonizadores. La misma identidad leprosa que hizo indeseables a gitanos, negros o judíos. Corten la historia por donde gusten y elijan.

Esa fobia no nace de la noche a la mañana, no explota en un momento de rabia, es fruto de una educación. Alguien ha tenido que envenenar la mente de estos jóvenes para que sean incapaces de percibirnos como somos. Los lugares comunes mentales en que se movían los hemos visto y los vemos cada día a pequeñas dosis en TV3, en periódicos comarcales, estadios de fútbol y escuelas. Incluso cuando un socialista en el Parlament se desentiende de nuestros argumentos y nos llama falangistas. Innumerables irresponsables acarrean su granito de arena. Parece que no, pero hacen montón. A eso, Félix de Azúa , lo llamó «pedagogía del odio».

Los insultos arreciaron. Los gritos eran ensordecedores: «Fora, nazis!, fora, espanyols!; Sou una merda, fora de Catalunya! Aneu-vos a Espanya!, sou polítics, no mestres, fora rates de Catalunya!...».Y de repente, el linchamiento. Un remolino de golpes y patadas nos arrebataron las banderas y las rompieron junto a una cámara, varias gafas, el intento de prender el pelo de una señora mayor, la vergüenza y el dolor de algunos golpes.
Nunca vi tanto odio en la manera de escupir insultos, los ojos inyectados de ira, ni una oportunidad al diálogo; como si todos hubieran esperado ese momento para linchar a los seres más abyectos de la tierra.

Temí por mis compañeros, muchos de ellos habían llegado a nuestras ideas con el nacimiento de Ciudadanos; muchos de ellos no eran conscientes del peligro real en el que estábamos y todavía tenían agallas y dignidad para gritar «¡libertad!, ¡libertad!, ¡libertad!».El resultado sucio de insultos, amenazas y empujones y los gritos de «¡libertad! ¡libertad! ¡libertad!» me recorrieron la espina dorsal. Allí había personas con dignidad que ponían épica donde ya sólo quedaba miedo y rabia.

Ni rastro de los Mossos. Cuando llegaron, a la media hora de solicitar su presencia, el hostigamiento seguía, pero no hicieron nada. Cuando intenté persuadirles de que se estaban conculcando nuestros derechos de ciudadanos a transitar libremente por la calle sin ser hostigados, me señalaron el teléfono: «Tenemos órdenes de no intervenir si no hay una agresión». José Antonio estaba a esas horas en el hospital.

Antonio Robles es diputado de Ciudadanos en el Parlamento de Cataluña

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