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Teología política

30-04-2011 | La Vanguardia

En el interior del PSC se aplicaba la 'doctrina de las dos almas': un alma, la catalanista, perdía las elecciones autonómicas; la otra alma, la españolista, ganaba las generales.

 

El PSC ha sido desde sus inicios un partido bastante indefinido, producto de varios ingredientes que, en algún aspecto, resultan contradictorios. Todo ello es normal dentro de los actuales grandes partidos políticos: necesitan ser amplios para obtener el apoyo de votantes muy diversos. Sin embargo, en los demás partidos estas diferencias suelen ser cuantitativas, se dan dentro de una misma materia. Por ejemplo, es indudable que en el PSOE han coexistido siempre posiciones socialdemócratas clásicas con otras más liberales. Para entendernos, aunque sea inexacto, dentro de cada partido hay derechas e izquierdas. Ello sucede también en el PSC, pero con un añadido que lo complica todo: las diferencias pasan, además, por la identitaria idea de catalanidad. Ahí nos adentramos en el brumoso asunto de los sentimientos.

Durante muchos años, el conflicto interno generado por tales diferencias se resolvió mal pero con una cierta claridad. Por un lado, el PSC era un partido jurídicamente separado del PSOE, pero siempre coincidía con él en las cuestiones que afectaban a la política general española: el PSC conservaba el fuero pero el PSOE era el propietario del huevo. Para que esto se llevara a cabo sin problemas, representantes del PSC participaban en las tareas de dirección del PSOE, estaban integrados en la ejecutiva y en el consejo federal. Curiosamente, no a la inversa: el PSOE no participaba en los órganos de dirección del PSC, quizás debido a los insondables laberintos de la catalanidad. En todo caso, no había grandes desacuerdos visibles aunque todo fuera tácito.

Por otro lado, a pesar de que el PSC aparecía como un partido unido, en su interior la fractura era evidente: ahí se aplicaba la “doctrina de las dos almas”, evocadora de las disputas teológicas medievales. Estas dos almas, sin embargo, no eran tan espirituales como aparentaban ser porque se traducían en votos. Un alma, la catalanista, perdía las elecciones autonómicas; la otra alma, la españolista, ganaba las generales. Y en las municipales, dependía del municipio. Para que todo resultara más enigmático, el alma repetidamente perdedora en las autonómicas dirigió el partido hasta hace unos pocos años y cuando el alma ganadora en las generales accedió al poder, se produjo un proceso de transubstanciación -la teología, la teología- y el alma españolista se convirtió en perdedora, quizás impulsada por las venerables virtudes de la humildad y la pobreza: pulvis es et in pulverem reverteris.

Culminando esta evolución, el PSC no requerirá la presencia de socialistas españoles en los actos de la próxima campaña electoral municipal y, por su mala cabeza, acabarán votando en el Congreso contra el PSOE y a favor de CiU. Polvo son, ciertamente, y muy probablemente, a ese paso, en polvo se convertirán. El PSOE debería reflexionar sobre todo ello.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona (U.A.B.).

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