Notas de Prensa

Iñaki Ezkerra: 'El caso Willy Toledo'

04-03-2010 | La Razón

Ha acabado haciendo con el zapaterismo lo que hoy a éste menos le conviene: acentuar sus contradicciones.

 

Se le está identificando en estos días demasiado facilonamente con la pandi de la zeja, pero yo creo que eso es hilar grueso y perder una gran oportunidad de análisis ideológico-sociológico-antropológico. Willy Toledo es un caso particular a estudiar, una interesante contradicción dentro de la actual fauna parasitocrática, un «deszejado» vocacional, un desmandado del zapaterismo. Yo le vengo siguiendo la pista desde lo del lío aquél de Aminatu, la saharaui indocumentada. Allí se le vio a Willy su potencia, sus ganas de gresca, su descamisamiento bronquista y pancartero. Los de la «zeja» andaban muy cucos calculando sus movimientos, acercándose unos minutos a la musa polisaria para hacerle una caricia y distanciándose enseguida para no comprometerse demasiado. Por un lado, querían quedar de progres ante su parroquia, pero, por otro, no tenían ninguna intención de morder la mano que les da de comer, o sea de cabrear a Zapatero en un asunto muy poco bonito y muy poco izquierdista que se le estaba complicando. Willy Toledo no jugó a ese juego interesado –hay que reconocerlo– y salió diciendo que «le daba asco» el trato inhumano que estaba recibiendo del Gobierno la pobre activista. Ahí es donde yo me di cuenta del juego que podía dar este hombre y lo dije: «Este chico promete». El tiempo me da la razón. Ahora Willy vuelve a saltar a los papeles, pero esta vez dando asco él mismo más que nadie al negarle la condición de preso político a un hombre asesinado lentamente por los coletazos del tardocastrismo.

Willy Toledo le ha hecho un flaco favor a Zapatero con esas declaraciones. No le ha echado ningún cable a un Gobierno que quería nadar y guardar la ropa con el tema cubano, pasar como sobre ascuas sobre ese nuevo capítulo de la infamia que ha sido el suicidio inducido de Orlando Zapata. Willy Toledo ha desvelado más bien algo que ya se veía venir y que resulta inevitable: el final de la luna de miel del zapaterismo con el rancio radicalismo de izquierda en el que se apoyó para llegar al poder. Con la pancarta contra la guerra de Irak pasaba como con la noche, en la que «todos los gatos son pardos», y Zapatero podía codearse con el megáfono de los Bardem, con la boina del Che Guevara y con el propio Willy Toledo, que se consagró como actor más en aquellas tarimas de los mítines pacifistas que en las de los teatros. Pero desde entonces ha llovido tanto que los mismos focos del poder han acabado iluminando y separando las siluetas. Soltando barbaridades y diciendo que Orlando Zapata era un preso común (como si los comunes no tuvieran derechos), Willy Toledo ha acabado haciendo con el zapaterismo lo que hoy a éste menos le conviene y lo que Marx decía que había que hacer con el capitalismo para destruirlo: acentuar sus contradicciones. 

Willy Toledo se pasa. Se pasa siempre cien pueblos y no le sirve al poder porque es más papista que el Papa y más zapateril que Zapatero. Nadie se apunta a lo que él dice y se queda sólo como una versión madrileña y costumbrista de «El grito de Munch», como un Frankenstein de la izquierda, un pisaflores, un elefante en la cacharrería oxidada del buenismo armado, un robot revirado con su dueño. Willy Toledo es un Alcázar de Toledo de un neo-post-estalinismo imposible, un desclasado político, una vaquilla suelta de la SGAE, un «destitiritado» como si dijéramos. En ese exceso está su tesoro todavía inexplotado.

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