Notas de Prensa

Angeles Ribes: 'Echando sal a la herida'

10-09-2009 | C's

En 1901, los herederos de aquellos políticos que llevaron Cataluña al desastre en 1714 decidieron reabrir la herida, y cada septiembre de cada año, echarle sal para que no curara.

 

Hace poco más de trescientos años, la clase política catalana cometió el error más monumental, pernicioso y absurdo de su historia. Contra toda lógica, los dirigentes catalanes decidieron declararle la guerra tanto a Felipe V cómo al reino de Francia, por aquel entonces, la primera potencia militar del mundo y con diferencia.
 
Felipe, justo al principio de su reinado, se desplazó a Barcelona para jurar las constituciones y otorgar a la oligarquía local privilegios y prebendas como nunca antes habían disfrutado. La generosidad real no sirvió para apaciguar los ánimos de buena parte de los catalanes que veían con malos ojos que el nuevo rey fuera francés, y poco a poco, fue creciendo en el principado una corriente favorable al archiduque Carlos, candidato austríaco al trono y que por aquel entonces representaba los intereses de los aliados ingleses, austríacos y holandeses que, temerosos de que la alianza entre España y Francia desestabilizara el equilibrio de poder en Europa, decidieron ir a la guerra.
 
En 1705 ya se combatía por los cuatro continentes conocidos y era en Flandes donde ambas partes destinaron la mayor parte de sus recursos y donde la causa borbónica empezó a sufrir los primeros reveses militares de manos del duque de Marlborough. Los dirigentes catalanes, envalentonados por los éxitos aliados, creyeron ver una oportunidad inmejorable para pescar en río revuelto y empezaron los contactos en secreto con agentes británicos a ver que podían sacar si Cataluña se declaraba en rebeldía y entraba en la guerra contra los Borbones.
 
Inglaterra, deseosa de abrir un nuevo frente en el corazón de su enemigo, envió a un negociador, con la misión de ofrecer a los catalanes todo cuanto desearan a fin de permitir el desembarco de un ejército aliado en las costas catalanas. Sin duda, prometer el mundo resulta sencillo, y Mr. Crow consiguió el apoyo de los plenipotenciarios catalanes que salieron de la reunión exultantes al haber “arrancado” de su interlocutor inglés la promesa de que si las cosas iban mal y la guerra se perdía, Inglaterra garantizaría la conservación de las constituciones y privilegios de Cataluña. Lo curioso es que no se planteasen de qué manera pensaba la reina Ana de Inglaterra cumplir su palabra si caían derrotados.
 
La obsesión de los señores Perera y Peguera en la inclusión de dicha cláusula no era baladí, ya que el hecho de rebelarse suponía por ley que los juramentos constitucionales conseguidos de Felipe V en 1702 ya no tenían validez y que el rey podría derogarlos como toda ley ya que las instituciones catalanas estaban cometiendo en ese mismo instante delito de traición, y de lesa majestad.
La cláusula en sí, era una soberana estupidez, pero si los negociadores catalanes insistieron tanto es porque alguien, o algunos, en Barcelona, eran tan provincianos e ignorantes que creían que de esta manera podrían jugar a las grandes potencias sin temor a perder su estatus.
 
De ese modo, Cataluña entró en la conflagración sin ejército contra la mayor potencia del mundo, declarándose enemiga de todos los vecinos con los que tenía frontera, cediendo su territorio para que las grandes potencias se batieran desangrando al país y sometiendo a los catalanes a los horrores de la guerra. Y todo por una promesa vaga de anexionarse el Rosellón y de algún que otro barco más para comerciar con América.
 
Los privilegios, libertades y constituciones de los catalanes, o más bien de algunos catalanes poderosos, jamás estuvieron en peligro con Felipe V, y sólo la avaricia de la clase política catalana provocó una serie de decisiones fatales que desencadenaron en guerra, muerte y destrucción para el pueblo y pérdida de prebendas para quienes decidían su futuro.
 
Aunque parezca lo contrario, la guerra la ganaron los aliados. No fue una victoria absoluta, pero sin duda ingleses, austríacos y holandeses sacaron buena tajada de las negociaciones de Utrech. Respecto a Cataluña, que siempre había sido para los aliados un frente en el corazón del enemigo, una vez obtuvieron lo suyo, la dejaron a su destino.
 
De forma traumática, en 1713 la clase política catalana pareció despertar de su letargo, se dió cuenta que le habían tomado el pelo y se encontró enfrentándose sola y sin esperanzas a un muy enfadado Felipe V y un Luis XIV dispuesto a tomarse la revancha. Ya nada podía detener al ejército de las Dos Coronas. Sin posibilidades, lo más inteligente y humano hubiera sido reconocer errores y capitular, pero el último, más absurdo y más atroz acto de esta tragedia estaba por llegar.
 
Reunidos en la Junta de Braços, los dirigentes catalanes optaron por la “defensa a ultrança”. No cabía la rendición, la defensa se llevaría hasta el extremo, “cueste lo que cueste”. Y costó, vaya si costó. El asedio de Barcelona duró meses, la defensa fue feroz y el ataque implacable. Entre uno y otro bando fueron muertas más de 15.000 personas para al final, acabar capitulando en las mismas condiciones que podrían haber conseguido antes de la carnicería.
 
Dos años más tarde, el decreto de Nueva Planta ponía punto y final a la serie de acontecimientos desastrosos que se iniciaron en 1705. Un decreto consecuencia de los actos de los dirigentes catalanes y fruto de su mediocridad política. Fin de la historia… ¿o no?
 
Hasta la aparición del catalanismo político a finales del siglo XIX, la guerra de Sucesión y los hechos del 11 de septiembre de 1714 permanecieron en el olvido hasta que una cincuentena de jóvenes de la Unió Catalanista, depositaron flores en la estatua de Rafael de Casanova, conseller en Cap durante el asedio, como homenaje a los rebeldes catalanes en aquel conflicto. Sucedió el once de septiembre de 1901 y con este acto se abría el debate en el nacionalismo local sobre cual habría de ser la diada nacional de Cataluña.
 
Como sabemos, finalmente el “onze de setembre” se impuso como Diada. Doscientos años después, los herederos de aquellos políticos que llevaron Cataluña al desastre decidieron reabrir la herida, y cada septiembre de cada año, echarle sal para que no curara. La herida, piensan, sólo cerrará el día en que su proyecto político sea impuesto, el día en que consideren que Cataluña ya tiene su victoria para recordar.
 
Con ese fin se ha manipulado la historia, se ha presentado a Felipe V como agresor cuando fueron ellos quienes iniciaron las hostilidades, han mentido cuando han representado a Felipe como absolutista cuando en verdad les concedió mas privilegios que cualquier otro monarca en siglos, mienten cuando presentan a Rafael de Casanova como mártir, teatralizando año tras año la ofrenda de flores ante su estatua, cuando se sabe que durante buena parte del asedio permaneció agazapado y en lugar seguro, que ese once de septiembre recibió una herida leve sin mayores consecuencias, que a la entrada de las tropas borbónicas falsificó su acta de defunción huyendo de la ciudad disfrazado de fraile, y no para continuar la lucha en otro lugar de su noble causa, sino para inundar de cartas la secretaría del rey rogando el perdón y la recuperación de sus bienes. Casanova, el héroe, el símbolo, el mito, murió anciano, tranquilo, perdonado y leal a su rey Borbón en Sant Boi en 1743. Irónicamente, Casanova es sin duda el símbolo de aquella guerra. Perteneciente a la clase política que la había provocado, cuando ésta se perdió y con suma habilidad, se las apañó para asegurarse su seguridad física, material y económica, mientras que su amada Cataluña quedaba hecha un desastre. Sin duda, es para echarle flores y de paso, darle la vuelta al ruedo.
 
Lamentablemente, hoy nada ha cambiado. La clase política catalana, forjadora de un Estatuto constitucionalmente infumable, se empecina en pasarse la legislación vigente por las Termópilas aunque saben que no pueden hacerlo. Como aquel entonces, se comportan como un niño de escasas luces y nulo sentido del trabajo que ha sacado un cero redondo en un examen y se pasa media vida echándole la culpa a los profesores argumentando que le tienen manía. Lo peor de todo es que si no han aprendido a reconocer los errores cometidos hace trescientos años, pocas esperanzas quedan de que acepten la decisión del Constitucional y comprendan que las reglas del juego son para todos, ya que las consecuencias de sus actos, también lo son.
 
Angeles Ribes, coordinadora de la Agrupación de C's en Lleida, y miembro del Comité Ejecutivo de Ciutadans (C's).

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