El viento ha sido el protagonista de los últimos días en España. Pero en política, el huracán se ha desatado en Madrid entre las filas del PP: escuchas telefónicas, seguimientos y “dossiers”, lealtades y traiciones, cajas de ahorros y medios de comunicación, división y enfrentamiento, amigos, enemigos y, en el límite extremo de la hostilidad, como ya dijo Adenauer, compañeros de partido. Esta es la situación. Toda lucha interna es letal para cualquier formación política. No creo que este caso sea una excepción, veremos como acaba.
Ahora bien, más allá de la anécdota, está la categoría: la derecha política todavía no ha encontrado su lugar en
Vamos a ver. Aglutinar a un conjunto amplio de ciudadanos con un determinado perfil para convertirlo en una fuerza social e ideológica que constituya la base de un partido político exige algunas condiciones: saber entroncar con una determinada tradición, definir los contornos de un ideario, asimilarse a algún referente internacional y no estar ni electoral ni internamente dividido. Puedes no cumplir alguna de estas condiciones, pero no conculcarlas todas. Con mayor o menor intensidad, este último es el caso del PP.
El PP no ha logrado encontrar sus raíces en una tradición política española. Ciertamente no lo ha tenido fácil: históricamente la derecha española ha sido escasamente liberal y casi nada democrática, por tanto es difícil encajar sus ideas en los actuales presupuestos constitucionales y en
Tampoco el PP ha sabido apostar por una ideología clara. Se ha movido entre un sugestivo liberalismo de raíces diversas (Hayek y Friedman, Popper, Berlin, Aron), un humanismo cristiano sin referentes concretos (aunque muchos militantes se reclamen de él y se encuentren sin orientación alguna) y un conservadurismo que en los años de Fraga se sobraba éste para darle contenido pero que más recientemente se inclinó de manera imprudente hacia algo tan evanescente y anecdótico como han resultado ser los “neocon” del equipo de Bush o los sectores más ortodoxos del episcopado. La síntesis teórica de todo ello no puede resultar muy coherente pero el ideario de un partido debe ser lo suficientemente amplio como para que todos – militantes y votantes - puedan reconocerse en él. Tampoco nadie ha sabido hacer esta síntesis, difícil pero posible. En el plano internacional, se ha seguido también esta estela tan confusa: a pesar de que con Aznar el PP pasó a formar parte del Partido Popular Europeo, la inclinación del antiguo presidente por Blair y Bush – no por los conservadores británicos, alemanes o franceses – dio una imagen que al partido le hizo perder un perfil definido en el plano internacional.
Las divisiones de la derecha política en el mapa electoral español quizás no son atribuibles al PP sino que éste se ve condicionado por ellas. En todo caso, la competencia electoral en Catalunya y País Vasco con CiU y PNV, le resta mucha fuerza al conjunto de la derecha española. Si a ello añadimos la creciente proliferación de partidos regionalistas, especialmente en Navarra, Andalucía, Galicia, Aragón, Cantabria, Baleares y Canarias, la pérdida de influencia en los parlamentos y gobiernos autonómicos socava la implantación del PP a nivel nacional y refuerza casi siempre al PSOE. Probablemente, este es el problema estructural más importante que tiene hoy la derecha española. Quizás algunos lamenten ahora los fracasos del PDP de Oscar Alzaga, del CDS de Adolfo Suárez y del Partido Reformista de Miquel Roca y Antonio Garrigues, a mediados de los ochenta. Eran un necesario colchón centrista que posibilitaba un reconocimiento del pluralismo de la derecha política.
Por último, las luchas internas cainitas han desgarrado a los dos grandes partidos de la derecha española en estos treinta años. Primero a
No se trata de si Esperanza o si Gallardón, tampoco de si Rajoy podrá ponerlos de acuerdo. Se trata de algo más profundo, de algo que la derecha política no ha resuelto todavía: saber que es más amplia que el PP y que está desunida. Al contrario que la izquierda.
Frances de Carreras Serra, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona (U.A.B.).