Notas de Prensa

Iñaki Ezkerra: 'Quienes amordazan a los escritores se olvidan que estos pueden escribir y lo harán'

06-11-2009 | Minuto Digital

En su libro 'Exiliados en democracia', el más literario de sus ensayos políticos, ha renovado el género por la vía de la autocrítica y de la revisión poco complaciente del propio constitucionalismo.

 

Iñaki Ezkerra acaba de publicar “Exiliados en democracia” (Ediciones B), el último ensayo de su tetralogía vasca inaugurada con “Estado de Excepción” en 2001 y seguida por “ETA pro nobis” en 2002 así como por “Sabino Arana o la sentimentalidad totalitaria” en 2003. En este libro, que es el más literario de sus ensayos políticos, ha renovado el género por la vía de la autocrítica y de la revisión poco complaciente del propio constitucionalismo. Yolanda Morín ha charlado durante dos largas horas con el escritor vasco y nos brinda esta extensa y densa entrevista que es un texto excepcional y no tiene desperdicio.

Lo primero que llama la atención de tu libro “Exiliados en democracia” es el título. ¿No son chocantes sus dos términos?

Son términos chocantes, en efecto, y lo son adrede. Se supone que los exiliados lo son siempre de una dictadura y se supone también que son los que dejan su patria y se van a otro país. En el caso de la diáspora vasca que se produce tras la muerte de Franco, estamos ante un tipo de exiliado distinto, que lo es de una suerte de minúsculo régimen político de rasgos totalitarios amparado por una democracia y a la vez contenido por ésta, contra la cual actúa impunemente. De este modo, hay no ya una paradoja sino una contradicción en el título. Pero está se explica porque, además de eso, los dos términos son problemáticos y cuestionables en sí mismos. La democracia que ha habido en el País Vasco con los nacionalistas no era una democracia de veras y al término “exiliado” se le pueden poner pegas. Yo me he decidido a usarlo después de reflexionar mucho sobre ello. Digamos que lo he elegido por aproximación a un concepto inédito que no estaba definido porque sencillamente no se había dado antes en la Historia ni en ningún lugar. En esto hemos sido novedosos y originales los vascos, en esa forma “light” de totalitarismo que ha sido el PNV en el poder; en aprovechar un sistema democrático de un modo parasitario para aterrar, presionar y expulsar a unos paisanos de su tierra. Esto no ha ocurrido en ninguna parte antes. Las democracias eran integradoras y las dictaduras eran disgregadoras. Hasta el caso vasco, que ha sido una democracia disgregadora de la gente inquieta y con ganas de ser libre así como una dictadura integradora de los débiles, los sumisos, los pringaos y los mediocres aunque fueran de izquierdas y ajenos a la doctrina sabiniana. Un invento así, tan peculiar, sólo ha sido posible gracias al doble lenguaje y a la doble moral del PNV, a la hipocresía y al perverso jesuitismo nacionalistas. En resumen, que al pensar en este libro me di cuenta de que las dificultades terminológicas que había para definir a lo que yo he dado en llamar “exiliado vasco en democracia” eran las mismas que las que había para definir al “régimen”, “sub-régimen” o “pseudo-régimen” nacionalista que lo ha producido.

En tu libro hay unas buenas dosis de humor. Ahí está ese “Decálogo del buen exiliado” que ha dado tanto que hablar. ¿No es el del exilio vasco un tema demasiado serio como para tomárselo a risa?

El humor es necesario para todo en la vida. Y el humor negro más que ningún otro. Cuando se dice que los seres humanos nos distinguimos de las demás especies en que sabemos reírnos no se comprende muchas veces el alcance que tiene esta inocente afirmación. Saber reírse es saber reírse precisamente de lo triste, lo terrible, lo dramático, lo trágico, lo más serio y lo más sagrado. Eso no quiere decir que no reparemos en la gravedad que tienen las cosas de las que nos reímos. Nos reímos por eso, porque sabemos la gravedad que tienen. Yo lo he hecho siempre con la cuestión terrorista y con la nacionalista. Lo he hecho en cientos de artículos y lo hice ya en mi primer libro sobre este penoso asunto. De hecho “Estado de excepción” comenzaba hablando de “la ciática de los demócratas vascos”, de todos los problemas lumbares que hemos tenido la peña constitucionalista en Euskadi por mirar tanto los bajos del coche a ver si nos han puesto una bomba lapa. En el caso de “Exiliados en democracia” ese humor ha sido más necesario todavía porque el libro está cargado de sentido crítico y autocrítico. He tratado de renovar el género, que empezó con una fase historicista y antropológica, muy academicista, y luego tuvo una fase de mayor difusión y popularización, periodística e incluso panfletaria, con un gran contenido hagiográfico de los perseguidos y a la vez de denuncia de los verdugos y sus cómplices. Yo mismo he participado de esa “literatura de la resistencia”, que me parece que está agotada por muchas razones, entre ellas por una época más relajada, libre y esperanzadora en Euskadi que permite y que exige la autocrítica, la revisión, el ajuste de cuentas con los errores, los excesos y las fisuras del pasado. Lo que sucede es que el humor puede ir combinado con otras cosas, con el dolor incluso. El escritor no es un humorista, no tiene por qué ejercer de gracioso profesional. Tiene que contar la vida y la vida encierra muchas cosas. Yo trato de que en mis libros haya momentos divertidos pero también momentos líricos y desgarrados, momentos reflexivos, momentos duros y blandos, analíticos, narrativos, anecdóticos, nostálgicos… Como somos los seres humanos, los tipos normales.

El humor es desdramatizador. ¿Un libro sobre el exilio vasco no debería ser dramático?

Ésa es una de las contradicciones que tiene el texto, aparte del propio título, y que trato de resolver a lo largo de casi trescientas páginas. Por un lado, soy muy consciente -y así lo denuncio ya en el primer capítulo- de que el exilio vasco es una contradicción sangrante que llega a cuestionar nuestra democracia. Por otro lado, hay una serie de hechos objetivos que desdramatizan el exilio vasco y que hay que mencionarlos porque un falseamiento de la realidad no ayudaría a nada sino que perjudicaría a la buena causa del libro y del tratamiento del problema. Hechos objetivos como que el vasco que se va de Euskadi es acogido por el resto de una nación que es la suya y no tiene que ir a otra patria ni hablar en otra lengua; hechos como que a la vez España es un país desarrollado de la Unión Europea y ese nivel económico atenúa, sin duda, la situación del exiliado. No es lo mismo irse al Alicante o al Madrid del 2000 que irse de la España de la Guerra Civil al México de los años cuarenta. Por otro lado, están los medios de comunicación y de transporte, la telefonía móvil, internet, la teleconferencia, los aviones, los autobuses que en cuatro horas hacen el trayecto Madrid-Bilbao… Ya no estamos ante el exiliado que escribía cartas que tardaban en llegar a sus destino dos meses. Y, finalmente, está lo que el exilio encierra de positivo. Es curioso que sean los escritores exiliados los que más se han empeñado en desmitificar el carácter dramático del exilio, desde la croata Dubravka Ugresic hasta los checos Vera Linhartova y Milan Kundera, que llegan a verlo como una liberación, como una celebración, como la elección más fundamental que puede hacer el ser humano de la lengua que quiere hablar y del lugar en el que desea vivir.

¿Para ti no es doloroso estar viviendo desde hace un par de años en Madrid?

En absoluto. El exilio físico es la mejor cosa que me ha pasado en la vida. Para mí lo doloroso ha sido el exilio interior que he vivido en el País Vasco, tantos años teniendo que explicar por qué no era nacionalista, tantos años discutiendo con gente, siendo cuestionado yo diría que “ontológicamente”. Porque el problema va más allá del nacionalismo. El problema es la ideologización del provincianismo. El provinciano –y más el abertzale que es un provinciano radical-, el que va de étnico, de vasquito por la vida, siente como una ofensa que tu no vayas de lo mismo. Tu sóla existencia le inquieta porque, sin quererlo, le cuestionas sus cuatro falsas certezas. Aunque no seas un antinacionalista militante, te huele, te olfatea, detecta instintivamente que no eres de los suyos, que no eres como él, y eso le jode. Le jode porque le pone al borde del abismo. Madrid es una ciudad maravillosa en la que no tienes que explicar nada a nadie, en la que no eres sospechoso de nada porque todos lo son. Digo que “son sospechosos” en cuanto que son gente “conscientemente desarraigada.” Digo “conscientemente” porque los nacionalistas también son desarraigados pero hacen como que no lo son. El aranismo es una vasquidad postiza, impostada, más falsa que la mala moneda.

En tu libro hablas de biografías inventadas y te metes con un tal SS que muchos han identificado con Isabel San Sebastián. De hecho ella ha escrito un artículo diciendo que tu libro es “un panfleto escrito sin más finalidad que la de descalificar con saña a Jaime Mayor Oreja y María San Gil”.

Entiendo que haya gente que tenga una buena opinión de Mayor Oreja y de María San Gil. Es tan legítimo como tenerla mala. Mi mala opinión de esas dos personas se basa en hechos concretos e indiscutibles. Eso sí que no se me puede negar. Es irrebatible que San Gil dimitió el 22 de mayo de 2008 diciendo que no se fiaba de Rajoy y que después Mayor Oreja no fue al Congreso del PP vasco del 11 y 12 de julio como si fuera un crimen nombrar un nuevo presidente. Es irrebatible que tampoco apareció en la campaña de las autonómicas del 1 de marzo a pesar de que Ibarretxe venía con un referémdum bajo el brazo y que, en vez de celebrar el cambio vasco, dijo que ETA deseaba la caída del PNV. Es obvio que Mayor Oreja le ha dado varias patadas a Rajoy en el pompis de los populares vascos. Negar esto y decir que el cambio se ha producido gracias a Mayor Oreja ya no es opinar. Es decir idioteces y tomarnos por idiotas a todos. Recordar esos hechos no es “saña”. Es memoria inmediata, memoria de lo reciente. Hay gente que acusa a Zapatero de desmemoria histórica de la Guerra Civil y que luego tiene amnesia de lo que ha pasado hace un año en este país. Si cuatro periodistas nos van a meter miedo por recordar lo que un par de políticos hicieron hace unos meses, apaga y vámonos. Yo no me he pasado la vida luchando contra ETA y contra el nacionalismo en el País Vasco para tener ahora miedo a Mayor Oreja, a María San Gil o a Isabel San Sebastián. En cuanto a la saña, hay quien la lleva escrita en la cara, en el gesto resentido y destemplado. Y a quien habla de panfletos me limitaré a responderle parafraseando a Bécquer: “¿Qué es un panfleto?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es un panfleto? ¿Y tú me lo preguntas? Un planfleto eres tú”.

Pero tú has elogiado muchas veces a Mayor Oreja…

Sí y eso no me quita la razón sino que me da autoridad moral para criticarle ahora. Jaime Mayor Oreja fue un gran ministro de Interior y eso yo nunca lo he negado. Le elogié entonces y hasta me llegué a enfrentar con Rosa Díez en la prensa vasca por ese motivo en el 98, justo en vísperas del nacimiento del Movimiento Cívico. Le elogié después para la sucesión y le elogié cuando vi que Rosa Díez ganaba votos en Madrid haciendo bandera de la lucha antiterrorista. Yo es que no soy como los estalinistas, que negaban las biografías y que rescribían el pasado. Hoy hay mucho estalinista de derechas amigo de las purgas y de borrar el pasado de los que no le gustan. Creo que soy una persona que no regatea ni los elogios ni las críticas cuando alguien se lo merece. Lo que yo le reprocho a Mayor Oreja es lo que hizo después del berrinche que se llevó con lo de la sucesión. Desde entonces no ha levantado cabeza, sólo ha pensado en sí mismo, en largarse a Europa y dejar empantanados a los vascos. Y lo de ponerse a jugar con las cosas de comer en vísperas del cambio en Euskadi, eso no tiene nombre.

¿Antes de la sucesión, Mayor Oreja tuvo una trayectoria impecable?

Lo normal en la vida es hacer unas cosas bien y otras no tan bien. En este país tendemos a ser incondicionales de los políticos como si fueran el Athletic o el Barça. En su etapa de Interior Mayor Oreja también cometió errores. El más grave fue el de dejarle el papel de intermediario con ETA al obispo Uriarte. Esa fue una cagada considerable. Pero, siendo justos, –y como ya te he dicho- de ese período hay que hacer un buen balance. Su imagen de valedor inamovible del Estado de Derecho frente a ETA fue imponente. Lo que pasa es que ya ha agotado el crédito que le dio esa imagen. Y lo ha agotado muy mal. Creo que la edad no es buena para nadie.

¿La edad?

Sí, porque detrás de esa pataleta contra el propio PP vasco lo que hay es un cambio generacional que no le gusta. No le gusta la gente joven y pujante con criterios propios a la que no puede darle consignas ni órdenes. Un ejemplo: Arantza Quiroga es una mujer inteligentísima y la hemos descubierto ahora con el cambio. ¿Qué pasa? ¿Qué no existía antes? ¿Por qué no la potenciaron ni Mayor Oreja ni San Gil?

Has dicho que Mayor Oreja cambió con la sucesión, cuando Aznar no lo eligió a él sino a Rajoy. ¿Pero a ti te parece bien que Aznar nombrara un sucesor?

También Aznar hizo unas cosas bien y otras mal. Lo de elegir sucesor demuestra que se llegó a creer emperador. Lo que no vale, sin embargo, es descalificar su decisión ahora. Eso había que haberlo hecho antes, cuando sacó el dedo para señalar al heredero del trono pepero. Entonces había que haberle dicho que se metiera el dedo en el bolsillito. Lo que no vale es callarse “a ver a quién elige” y luego protestar “porque no me ha elegido a mí”. De todos modos, Rajoy salió ratificado en el Congreso de Valencia. A quien no le valga el dedo de Aznar le tienen que valer los votos de su partido.


Con Aznar pareces más indulgente que con Mayor Oreja, pero también te muestras crítico. ¿Cuál fue su mayor error?

La guerra de Irak y no lo digo ahora, a toro pasado. Se lo dije entonces al propio Aznar en dos mítines en los que apoyé a Basagoiti para las municipales. Le dije a Aznar públicamente que no estaba con su guerra en esas dos ocasiones en que lo tuve delante. Poco antes había recibido un fax de Génova para firmar un manifiesto a favor de la guerra y no lo firmé. Lo sentí mucho, pero no me traicioné. Es de las cosas de las que estoy orgulloso, de no haber tragado con la guerra de Irak. Eso no quiere decir que no me repugnara lo que hizo el PSOE en el 11-M. Aquella manera de sacar votos entre los cadáveres de Atocha fue el episodio más terrible que ha vivido España después de la Guerra Civil. Y de hecho separó a los españoles como si de una Guerra Civil se hubiese tratado.

En tu libro dices que hasta ahora has contribuido a callar las fisuras del mundo constitucionalista, pero que ahora es preciso hablar…

Iñaki Ekerra.- Sí, porque esas fisuras se callaban por la causa constitucionalista. Pero cuando ese silencio sirve para legitimar a los que han traicionado esa causa, entonces ha llegado el momento de hablar claro. Y no hay que tener miedo cuando cuentas la verdad. Es que la verdad tiene un peso por sí misma. No es lógico ni presentable que se pueda hablar de Caja Madrid y del culebrón de Alberto Ruiz Gallardón con Esperanza Aguirre y luego no se pueda hablar de algo tan serio como el cambio vasco. A mí Caja Madrid me importa un huevo. Lo que me importa es la libertad en el País Vasco. Y lo que ha hecho Mayor Oreja no tiene precedentes. Aquí se han roto por primera vez unas reglas del juego y eso tiene consecuencias. La primera que hay que contar lo que ha pasado para entender algo. Hay gente que no se da cuenta de que la verdad es necesaria para la cordura y de que la cordura es lo primero de todo, de que no nos podemos volver majaras por taparle a nadie las pifias que ha hecho y que sigue haciendo en la sombra.

¿Ese planteamiento no te lleva a cambiar los principios?

Me lleva a dejar de creer en determinadas personas precisamente por fidelidad a unos principios. Y es que de los principios no tiene la patente nadie aunque haya quien se erija en su depositario. La historia de la Humanidad está poblada de principios traicionados por quienes se erigían en sus valedores máximos. En este caso el lrimero de todos los principios era la necesidad de derrotar al nacionalismo. Sacrificarlo por una pelea de poder en la Corte es tener los ojos fuera de Euskadi. A quienes han actuado así les encantaría poder vender que quienes lo denunciamos somos los traidores, pero eso no cuela. Yo no he dado un paso atrás en mi crítica a los nacionalistas ni a los socialistas. No he bajado jamás la guardia. He sido el que ha ido más lejos en la crítica a los Gobiernos de Zapatero. Soy el que ha dicho algo tan duro como que la negociación con ETA no tenía como objetivo la paz sino una conversión de Batasuna en una Esquerra Republicana a la vasca para reeditar en Euskadi el tripartito catalán y seguir haciéndole el cordón sanitario al PP. Soy el que no ha dejado de recordar cada vez que ha tenido ocasión que todavía están ANV en las instituciones e Iniciativa Internacionalista por ilegalizar porque el PSOE no renuncia al sueño de prescindir del PP en Euskadi para estar en el Gobierno Vasco. Y he sido el que ha dicho que es más importante que cayera el PNV del poder que decapitar cuarenta cúpulas de ETA en Francia. Yo no he dejado nunca de poner el dedo en la llaga en lo que toca al PNV y al PSOE, como también en lo que tocaba al propio PP. Yo lo que he hecho es trabajar en la medida de mis posibilidades y desde la proyección pública que tenía para contrarrestar la mala propaganda contra el PP vasco. Yo lo que he hecho es pagar un duro coste personal para que el cambio llegara apoyando en mis artículos a Basagoiti. Yo he sido coherente. ¿Dónde está mi paso atrás? El paso atrás lo han dado los que han tratado de impedir el cambio vasco en nombre de no sé qué extraños principios.

Dices que son extraños ¿Qué principios eran esos?

Los principios que crearon el espíritu de Ermua fueron los “principios compartidos de la democracia”, los capaces de unir a católicos con laicistas, a comunistas, socialistas, anarquistas, democristianos, liberales y conservadores que creían en los valores democráticos. Si para afrontar la lucha contra ETA y el nacionalismo se hace sectarismo y se reivindican cualquiera de esos valores en exclusiva se ha roto Ermua, se ha roto el Movimiento Cívico y se ha dejado de representar aquel Espíritu nacido tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Volvemos a la fase anterior, a los izquierdistas que te decían: “Yo es que con gente como Iturgaiz o como Mayor Oreja puedo coincidir en una boda, pero no en una pancarta”. Estaríamos asistiendo al mismo sectarismo sólo que por parte de la derecha. Y estaríamos ante una falsificación histórica porque la derecha sectaria, la extrema derecha y el integrismo religioso no se pueden apuntar el tanto de ser los pioneros de la lucha contra ETA. Son los que nos dejaron solos y los que huyeron cuando murió Franco. El Movimiemnto Cívico nació de gentes provenientes de la izquierda, de la suma de la generación del Partido Comunista de la Dictadura (José Luis López de Lacalle, Antonio Gímenez Pericás, Agustín Ibarrola…) con la de la Transición (como es mi caso y el de tantos otros), de ateos, agnósticos y hasta un gentil como Vidal de Nicolás, que no ha sido bautizado…

En tu libro hablas del Espíritu de Maruri, que sería complementario del Espíritu de Ermua…

Sí. Me refiero a aquellos domingos en los que un montón de gentes provenientes de la izquierda empezamos a asistir a las misas de Jaime Larrínaga para arroparle frente al acoso nacionalista. Aquello fue muy bonito y es una pena que no cuajara. ¡Qué bien nos habría venido como antídoto contra ese maniqueísmo zapaterista de laicismo contra cristianismo! Vuelvo a hablar de los “valores compartidos”. La solución a ese maniqueísmo no está en el “antilaicismo” sino en buscar lo que nos une a cristianos y laicistas. Y los quye nos une son los principios cristianos que son curiosamente los mismos que los de la Revolución francesa: libertad, igualdad y fraternidad.

No hace mucho salió un libro que se titulaba “Por qué dejamos de ser de izquierdas”. ¿Te identificas con ese título?

En absoluto. Yo es que nunca he dejado de ser de izquierdas. Aunque parezca una contradicción, por eso he apoyado al PP cuando he creído que debía apoyarle. No en el 96, en cuyas elecciones seguí votando a Felipe, lo admito, sino en las del 2000, cuando Aznar ya era otro y se había tomado en serio la lucha antiterrorista y antinacionalista. Yo es que no me acerqué al PP por conservadurismo y para vivir bien, sino para vivir mal en el País Vasco, para ser estigmatizado, para ser coherente contra la derechona nacionalista vasca, que es la cosa más conservadora del mundo y conservadora de lo peor. Por eso sigo hoy apoyando al PP ahora cuando veo que Rajoy sigue fiel a esos principios y trata de renovar su partido como no lo está haciendo el PSOE. A mí me gustaría un PP y un PSOE libres de la carcundia de uno y otro signo, un par de partidos renovados a los que puedas votar sin aprensión cuando ves que se están apoltronando en el poder. Como ves, mi izquierdismo es modestillo, pero es muy coherente con el presente; es moderado, realista y contemporáneo. Consiste en tener un cierto sentido social pero también en darme perfecta cuenta de que es precisa la alternancia con la derecha capitalista para que ésta cree riqueza, que es la que puede crearla, y para que luego puedan volver los socialdemócratas a gastar esa riqueza en lo público y en los sectores desfavorecidos. A gastarla bien, no a lo que ha hecho Zapatero, que es dilapidarla.

¿Y tus críticas a Zapatero? ¿Son de izquierdas?

En efecto, mis ataques a Zapatero han sido siempre desde la izquierda. Incluso mi postura crítica ante “su nuevo aborto” la he planteado desde la izquierda. Por más que esté en contra de la penalización de la mujer y de volver al oscurantismo franquista, no puedo aceptar la banalización ofensiva que de esa cuestión está haciendo este Gobierno. Ni acepto lo que dice cierto feminismo: que la mujer es dueña de su cuerpo y que cada uno tiene su moral. En la gestación no hay un cuerpo sino dos. Y en cuanto a la moral no es “relativizable” ni cuando es cristiana ni cuando es laica. La ética laica, ilustrada, kantiana es universal. En la actual campaña contra la reforma de esa ley, por primera vez la Iglesia se agarra sólo a la defensa de la vida, o sea a la Ilustración, en lugar de al dogma y a las Escrituras. Y es que éstas no le pueden ayudar porque no contiene ninguna condena expresa del aborto sino a veces hasta lo contrario. Las asociaciones proabortistas barajan para avalarse continuamente citas de Oseas, Isaías y el Deuteronomio que tratan brutalmente la cuestión y que no muestran ningún respeto a la vida del feto ni de la infancia siquiera. Yo es que creo que éste es un tema que hay que sustraerlo del terreno religioso porque también el mundo laicista presenta ante él grandes escrúpulos morales. Hay que plantearlo desde la moral compartida porque la cuestión es ante todo moral. Yo recuerdo una entrevista en La Razón en la que Esperanza Aguirre decía que “el aborto es un fracaso” y esa afirmación me pareció una memez. Hasta la derecha –y muchas veces la derecha que va de tener más principios que nadie- suele decir tonterías para quedar bien. ¿Cómo que el aborto es un fracaso? A nadie la remuerde la conciencia ni le interroga moralmente el fracaso. La vida está llena de fracasos y es un fracaso en sí porque acaba mal, o sea con la muerte. El fracaso puede tranquilizarnos la conciencia incluso porque puede ser heroico, un mal pago del destino a la hazaña o el sacrificio realizados. Lo que nos remuerde la conciencia y nos la interroga es el crimen. Y el tema del aborto, guste o no guste a la porgresía, hay que plantearlo en términos de homicidio. Por eso nos interroga moralmente. ¿Es o no un homicidio? ¿Es un homicidio que asumimos en alguna medida como un mal inevitable y menor? Ésta es la cuestión y hay que afrontarla valiente y honradamente. Lo progresista no es que la mujer pueda abortar sino que no sea condenada socialmente por tener un hijo sin casarse. En España hemos avanzado mucho en este sentido en muy pocos años. La aceptación social de la madre sin compañero y los adelantos de la Ciencia, esas imágenes que hoy pueden captar las cámaras del feto moviéndose y sonriendo no nos puede dejar indiferentes. Nos están metiendo ciertamente en un serio apuro. Quienes tragamos hace tres décadas con que el aborto era una reivindicación progresista hoy tenemos que hacernos preguntas muy serias si queremos ser honestos con nosotros mismos. Tenemos que preguntarnos en lo más hondo de nosotros: ¿Y si nos hemos equivocado? Y esa pregunta es esencialmente moral. ¿Cómo no va a ser moral? Pero esta época es tan cobarde que no afronta nada. ¿Cómo va a afrontar una cuestión moral si ni siquiera afronta la necesaria Ley de financiación de partidos?

¿Un agnóstico que coincide con el Papa?

Coincido en algunas cosas que curiosamente no gustan nada a los papistas y que prefieren ignorar. Este Papa, como el anterior, es en algunas cuestiones muy tradicional y en otras tremedamente moderno. No sólo condena el marxismo sino también el liberalismo económico y la telebasura por ejemplo. Los papas y los escritores tenemos un punto en común: unos y otros venimos al mundo para decir verdades incómodas que muchas veces no gustan ni tranquilizan a nadie.

Me ha parecido que eras muy crítico con Esperanza Aguirre… ¿Y Gallardón?

Creo que soy crítico en general, tengo esa manía. En cuanto a Aguirre, no tomo partido en su guerra con Gallardón. Me da pereza. A Aguirre le dediqué elogios en su día porque ayudó al Movimiento Cívico cuando éste se hallaba vivo y cumplía su función sin ser utilizado para estrategias de poder. En cuanto a Gallardón le he defendido mucho por la gran proyección que le ha dado a Madrid y por su capacidad de rascar votos a un electorado que no es de derechas, pero lo último no me ha gustado, ese lío de Cobo largando en plan deslenguado. Eso lo podemos hacer los escritores y los periodistas, no los políticos con respecto a la propia peña de su partido. Después de Gürtel, montar este pollo, no ha estado bien. ¿Qué pasa, que Gürtel les ha sabido a algunos a poco?

También te has metido en tu libro con Rosa Díez. ¿No crees que UPyD es un alternativa a los dos grandes partidos mayoritarios?

Los pequeños partidos que provienen de la izquierda, de su fracaso social y filosófico, como ése, cumplirán su verdadera misión cuando caiga el zapaterismo del poder porque el poder aglutina y une mucho. Hasta entonces están condenados a la picaresca, a intentar rascar votos sin una clara línea ideológica que los delate. Por dos razones: porque necesitan rascar ese electorado de la derecha y de la izquierda manejando una calculada ambigüedad y porque esa situación de desesperada supervivencia tampoco permite la reflexión serena y la creación de un discurso que resuelva las contradicciones de los dos grandes partidos, sobre todo las grandes contradicciones en las que está hoy sumida la izquierda. Éste es también el caso de Ciudadanos, partido que ha constituido el verdadero acontecimiento civil de la democracia porque surgió desde abajo y fue antes la base social que el líder, el cual surgió de ésta. La gran ventaja de Ciudadanos sobre UPyD es que tiene un arraigo en Cataluña que el segundo no tiene en Euskadi y que ojalá se mantenga después de la intentona golpista que sufrió en plena campaña de las Europeas. Detrás de aquel desastre estaba algo que no es exclusivo de Ciudadanos: la falta de tradición asociacionista en España que asola a los grandes y pequeños partidos como a todo el Movimiento Cívico y a las típicas asambleas de vecinos. Detrás de todo español hay un vecino airado que sueña con dar un golpe de Estado en su escalera. La sociedad norteamericana es mucho más madura en este aspecto pese a sus grandes defectos.

Veo que relacionas la falta de tradición asociacionista que hay en España con los golpes de Estado…

La relación no es casual, como la que ambas tienen con las conspiraciones y con nuestro defecto nacional, la envidia. Curzio Malaparte dice algo muy sutil e iluminador en su “Técnica del golpe de Estado” sobre éste y sobre su objetivo, el régimen autoritario. Dice: “La dictadura no es sólo una forma de gobernar, sino que es la forma más acabada de la envidia, bajo todas sus formas: intelectual, moral, política.”

“Exiliados en democracia” está teniendo éxito sobre todo porque te metes con Jaime Mayor Oreja, con María San Gil, con Rosa Díez. ¿Te agrada o te molesta eso?

Me llama la atención que se hable tanto de eso cuando es un tema que ocupa una mínima parte del libro. El verdadero tema de éste es el exilio y es un libro de matices, de muchos matices que empiezan por dramatizar y desdramatizar a la vez ese asunto, por mi empeño de ser honesto conmigo mismo. Yo he tratado de “pensar el exilio” en esas páginas y de presentar una galería de arquetipos: El ertzaina que vive en Castro Urdiales, el profesor destituido por no dar el perfil de euskera, el “exiliado ovni” que no se sabe si vuelve a Euskadi o viene de ella, el pijo de Neguri, el intelectual estigmatizado como Jon Juaristi, el socialista al que echaron de la ETB como José María Calleja, el párroco rural que se acerca a las víctimas como Jaime Larrínaga… Siempre que aparece alguien con nombre y apellidos es porque está cerca de uno de los arquetipos descritos. En los otros casos el protagonista posee un nombre ficticio y está elaborado con retazos de seres reales, como los personajes de las novelas. No es un libro periodístico de entrevistas sino de retratos literarios en el buen sentido de ese término.

Nuestra entrevista entra en la recta final. ¿Como te sientes al verte desligado del Movimiento Cívico en el que tanto has trabajado como fundador y como una de sus grandes voces reconocibles?

Como si hubiera recuperado mi propia voz y mi tiempo. Siempre que me he distanciado de la actividad cívica he podido escribir. El tiempo que eso a mí me ha llevado es incalculable. La publicación de mis anteriores ensayos coincide con un período en el que también me tomé un descanso. Entre el 2001 y el 2003 publiqué todos mis anteriores libros del tema vasco. Escribí a libro por año: en 2001 “Estado de Excepción”, en 2002 “ETA pro nobis” y en 2003 “Sabino Arana o la sentimentalidad totalitaria”. Ahora, en cuanto me he distanciado de ese lío, he escrito el cuarto ensayo sobre esa curstión en sólo un año. “Exiliados en democracia” ha sido más literario que los otros porque el cuerpo me pide volver a la literatura y no sólo a la poesía.

Última pregunta: esa recuperación de tu voz hace que ésta sea más clara y subversiva que la que tenías cuando estabas condicionado por determinados colectivos a los que representabas de alguna u otra manera. ¿No habrá quien prefiera tu etapa anterior porque eras menos incómodo?

Puede que sí, pero es la mía, mi verdadera voz. Porque a un escritor no se le puede amordazar. Quienes amordazan a los escritores se ovidan de que estos puede escribir y lo harán sin duda. Antes o después escribirán y describirán a quien ha tratado de amordazarlos. Quien ha pretendido algo así no sabe la que le ha caído.

 

Volver