El siglo XXI no está saliendo como lo imaginamos. Ni asistimos al auge y consolidación de los valores democráticos, ni al fin de las pulsiones autoritarias, ni vivimos cada vez mejor ni podemos asegurar que lo harán nuestros hijos, ni el mundo es cada vez más abierto, ni la economía más justa, ni crecen nuestras libertades ni las oportunidades. Ni España, ni Europa ni el mundo consolidan, hoy por hoy, una mínima senda de progreso hacia un futuro mejor.
Es justo al revés. Las clases medias, cuyo crecimiento representó un ideal común de progreso, están en riesgo en las sociedades occidentales. Amenazadas económicamente, se enfrentan a un horizonte moral no menos desalentador: las libertades individuales se han convertido en la diana perfecta de moralistas de todo signo. En España es, además, una realidad la voladura de todas las bases de convivencia vigentes desde la Transición. Por todo lo anterior, tenemos el mandato histórico de no callarnos, tomar partido y exponer una serie de principios liberales que, lejos de estar garantizados, están cuestionados y en riesgo.
El liberalismo lleva siglos luchando contra viento y marea por los derechos del individuo, por la libertad y dignidad de las personas y por la igualdad de oportunidades. Pero la realidad demuestra, tozuda, que estamos perdiendo la partida: el riesgo de que todo en lo que creemos muera por el camino es real, salvo que logremos reunir a los millones de españoles que comparten con nosotros esta manera de ver el mundo.
La España que viene ofrece un escenario único de oportunidad para el cambio. El cambio, desde los principios radicales del liberalismo, se tendrá que disputar con opciones políticas que están arruinando nuestro país: con un socialismo agotado en sus propios términos, con una izquierda desquiciada que hace mucho tiempo que perdió el norte de los problemas reales de la ciudadanía, con un Gobierno que solo sabe disparar el gasto, el déficit y la deuda pero no es capaz de reformar absolutamente nada, con una derecha conservadora sin más ambición que volver al statu quo de hace 10 años, como si tal cosa fuera posible, y con una derecha reaccionaria que solo ofrece demagogia, pasado y nostalgia de un país que nunca existió.
Este Equipo para la Refundación se constituye con un único objetivo: rediseñar la herramienta de representación de este espacio político de centro liberal, imprescindible para garantizar un futuro mejor para nuestro país. Un proceso que tendrá que refrendar la militancia y, a continuación, los españoles con su voto. Llevamos meses, años, hablando entre nosotros y manteniendo las mismas conversaciones; resignándonos lentamente a la orfandad política y al diagnóstico eterno de los errores y de lo que pudo ser y no fue. Ya está bien. La espiral de autodestrucción simplemente no va con nosotros: nos negamos a caer en la melancolía y, por eso, nos hemos puesto manos a la obra para cambiarlo todo. El cambio empieza por nosotros mismos, pero sin olvidar que nosotros estamos en esto para cambiar España, y estamos lejísimos de lograr nuestros objetivos.
Solo garantizamos una cosa: trabajo. A cambio, también exigimos una sola cosa: el compromiso personal de todos los que creen que merece la pena luchar y que no hay por qué resignarse a un país peor, en cualquiera de los casos, en manos de quienes no te han representado nunca.
Estos son los 10 principios que guían la acción del Equipo para la Refundación Liberal para ilusionar a los millones de españoles que están esperando una herramienta política de representación, que les trate como adultos y que se atreve a señalar todo lo que no funciona bien. Esta vez, a ser posible, sin vocación sempiterna de queja y sí con ánimo de cambio desde el compromiso con los valores liberales.
El camino será de todo menos fácil, pero quién dijo que lo fuera. Las victorias, eso lo sabe cualquiera, se disfrutan mucho más cuando las mereces y las has peleado.